Somos un país de contrastes

O arriba o abajo, nunca en medio. Ahora que estamos en crisis (estooooo ... perdón, quería decir desaceleración) sólo parece haber dos posturas posibles: unos están tan tranquilos, sin preocuparse mucho por la nubecilla con cara de vaca flaca, que ya pasará. Otros andan de los nervios, en medio de la tensión que precede a la catástrofe, quemando camiones, haciendo barricadas, persiguiendo esquiroles y blasfemando del gobierno.

Hoy pedimos que el Estado pague la subida del combustible y controle los abusos de los intermediarios. Ayer nos quejábamos porque el Estado constreñía las virtudes del libre mercado. Y el Estado, digo el Gobierno, ante tal contraste, hace lo que mejor sabe hacer: Nada.

Y lo que más me inquieta es que los piquetes no están compuestos de gente en paro, no son gente realmente desesperada. No estamos en los años 80 con el paro disparado y hordas de parados sin nada que perder clamando por una mínima cobertura. Tampoco hay inmigrantes entre los camioneros. Y eso que dicen que el paro les golpeará a ellos primero. Lo de estas semanas es algo nuevo, algo no visto hasta ahora. Un gremio bien alimentado, plagado de pequeños autónomos, pidiendo la intervención estatal y con una violencia inusitada.

El gobierno debería meditar a qué se ha debido esto, incluso dentro de unas semanas cuanto todo haya acabado. Si así estamos ahora, ¿qué pasará con el petróleo a 200 dólares por barril, como estiman los analistas para dentro de cuatro o cinco años? Me da que si estas reacciones se recrudecen sólo nos quedará comprar un AK-47 o irnos al pueblo, o las dos. Malos tiempos para la lírica, me temo. Más bien son tiempos de épica.