O todo o nada. O blanco o negro.

De 1970 a 2000 España construyó un templo dedicado a la corrupción política. Figuras de todos los grupos parlamentarios han ido poblando titulares por sus chanchullos durante este largo período. Recalificar terrenos protegidos, dar empleo público a los amiguetes o famililiares, contratos a cambio de comisiones o sueldos bajo mano a otros políticos ha sido una constante en estos últimos años (en la dictadura no sé si se hacía, no tengo datos, aunque me supongo que no sería muy diferente).


El cénit fueron los años 80. La cultura del "pelotazo" no sólo existía sino que se alababa. Las revistas de "análisis" político como "Tribuna", "Época", "Panorama", etc ... poblaban sus portadas con las fotografías de los triunfadores del momento, empresaríos de día, juerguistas de noche. Se jaleaban tanto sus éxitos especuladores como sus aventuras en cama ajena. Mario Conde, Mariano Rubio, los primos de nombre Alberto, combinaban complicadas operaciones financieras con romances turbulentos. Pronto se sabría que no sólo se acostaban con modelos, sino también con "testaferros", comisionistas, y variada chusma del hampa.






Hoy estamos en la orilla contraria. Un PSOE acojonado por la palabra "corrupción" desde los escándalos que derribaron el gobierno de Felipe González busca derribar a los jerifaltes del PP escarbando en sus debilidades monetarias. El nuevo PP, por su parte, trata de contrarrestar los últimos escándalos buscando lo mismo en el partido de enfrente. El resultado: se olvidan del país y sueñan con el rival. Al menos una nota positiva: jamás en este país hubo tal persecución contra los corruptos. No es buen momento para los negocios turbios en esta pequeña península.

España es un país excesivo. No hay duda. Cosas de latinos.