Yo desearía ser un pescador de conciencias hoy ...

Mi libro nuevo de tapa azul
Me habla de mares, cuñas y aletas.
Me salpica la espuma helada, los ojos de sal.
Pestañeo. Parpadeo.
Yo en mi cama, estornudo.
En la página 4 me encuentro con 5 minutos de horizonte.
No estoy segura de estar entiendo y me hago una idea:
Estoy en un bote sobre el mar helado que poco a poco me acerca a la isla que fue cárcel.
El viento enrudece mi pelo. Mi nariz está húmeda.
Es un momento divino de soledad. Y yo estoy sumamente aburrida.
Este libro es demasiado azul.
Tengo un gato negro, un gato escurridizo. Siento sus patitas andar a lo lejos, escucho sus maullidos, pero nunca logro verlo. Yo le dejo comida, le pongo agua, y cada tanto me acerco a su caja de arena y la limpio. No sé en qué momento aparece para usarla, es como un gato fantasma. Escudriñar con el rastrillo entre las piedrecillas blancas para recoger lo que el gato ha dejado es mi manera de estar cerca de él durante el día. Por las noches, cuando me meto a la cama, le dejo un pequeño espacio y me duermo. Al despertar por la mañana, encuentro pelusas negras a mi lado y la manta aún tibia. Por eso le limpio el baño, por eso le sigo dejando comida. Sé que en las noches volverá para cuidar de mí y de mis sueños hasta que la luz se filtre por la cortina y desaparezca una vez más.
Pasear entre las hileras de cruces de un cementerio militar y descubrir que delante de cada cruz figura la edad de un crío, deambular por los barracones de un campo de concentración intentando quitarme de la piel la atmósfera de horror, o contemplar las fotografías de la huida de miles de refugiados con sus particulares tragedias guardadas en sus miserables hatillos … todas estas experiencias me hacen más pequeño.
Siento un desasosiego brutal al estar en un sitio donde se asesinó a gente. Ahora son lugares de homenaje, custodiados y cuidados por personas que viven en los alrededores, hijos y nietos de los que estuvieron allí en los momentos del horror. Yo miro los rostros de esa gente tratando de adivinar qué sienten ellos, viviendo apenas a unos cientos de metros un pozo de muerte y siento que no soy muy diferente a ellos. Sospecho que de haber vivido entonces no hubiera tenido cojones para cambiar nada.
Vuelvo a mirar hacia las tumbas y me pregunto, cómo sería la cara de aquél soldado de 20 años que vino a morir a miles de kilómetros de casa ¿cómo hubiera sido su vejez? Quizá triste recordando la barbarie, o quizá alegre rodeado de la gente que ama y formando parte del paisaje de su ciudad o aldea … Da igual, cuando acabe de escribir este post me olvidaré de la mala hostia que me entra al publicarlo, y me iré a tomar una cerveza con los amigos del pueblo, a hablar de vanalidades mientras probablemente en algún lugar del mundo hoy se están cavando tumbas no tan bonitas ni ordenadas como las de Normandía, y estarán metiendo personas en mataderos y desde luego las colas de refugiados seguirán pintando el paisaje de miseria en algún sitio remoto … pero, mientras tanto, yo me quejaré de que la calidad de los pinchos en el bar no es la que era.