Beneficio colateral

Lo que hacen las redes sociales por mejorar la sinceridad del ser humano no tiene precio.

Me explico; en el pasado, uno de los posibles incentivos a la hora de ejercitar el siempre sano pecado venial de la mentira era que, con un poco de cautela por parte del embustero, era difícil que le pescaran. Sí, sí, ya sé que las mentiras tienen las patas cortas y todo eso, pero aún suponiendo que el refrán tuviera cierta razón, un embustero profesional y cauteloso podía evitar ser pillado “in fraganti” sin grandes problemas.

Y también estaban los incorruptibles. Aquéllos a los que no les hacías mentir ni para atrás. Recuerdo aquél magistral diálogo de "Mujeres al borde de un ataque de nervios", en el que Chus Lampreave lamentaba su incapacidad de mentir:

Iván: Volveré mañana. Y no le diga que estuve aquí.
Portera: Lo siento, señorito, pero yo soy testiga de Jehová y mi religión me prohíbe
mentir. Yo sólo puedo “decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad”.
Iván: Bueno, si no le pregunta, no diga nada.
Portera: Pero si me pregunta, tendré que contarle todo con pelos y señales.
Iván: Adios
Portera: Ya me gustaría a mí mentir. Pero eso es lo malo de las testigas... que no podemos.
Si no, aquí iba a estar yo
”.


Con la irrupción de Face, MySpace, Twitter y qué sé yo cuántas otras herramientas de vigilancia más, la decisión la de ocultar la verdad tampoco es nuestra. Ni mentir, ni guardar un secreto se puede. Ahora los mentirosillos han de andarse con mucho cuidado, pero también aquéllos que quieren ocultar la información. Aún recuerdo aquella pobre jugadora del Espanyol, despedida fulminantemente por salir en Facebook celebrando el título del Barça vestida de azulgrana. Y cuántas otras relaciones, laborales o profesionales se habrán ido al carajo por una foto indiscreta colgada en la red de redes.

Ahora la buena de Chus tendría que cambiar el diálogo y decir, “ya me gustaría a mi guardar un secreto, pero como tengo Facebook, ya ni eso me queda”.