Un juego



Jugaba a ser su esposo
Ella era muy frágil y
él más bien rechoncho

Cuando caía, la levantaba
Si lloraba, la consolaba
Cuando molestaba le pegaba y hasta la hacía sangrar

Un buen día ella
Cansada de este juego
Prendió en el horno fuego
Y huyó del lugar

Él dormía arriba
En la cama que ella tendía
Y ante el olor no dispendía
Ni un minuto de su día

Pronto el humo lo acorrala
Él, fatigado, exhala:
¡Mujer, se te quema la cena!
¡Corre, ve por ella!

La mujer, que ahí no se halla,
Ha salido avasallada,
Y cree oírlo allá a lo lejos.

Sobre una loma se detiene
Las llamas enloquecen
Y, en un segundo, se arrepiente.

¿A quién cuidar ahora?
¿A quién temerle ahora?
Sola, sin él, sin casa ni dinero,
no tiene opción real de vivir en este mundo austero.

Corre de regreso,
tal vez él no haya muerto,
pero en la puerta el cantol, que ella misma cerró,
se ha asegurado
de que él no hubiera escapado.

Abre presurosa.
Las huellas delictivas son horrorosas.
El lugar la delata
La policía viene en caravana

Patas de caballos.
Arres y pares.
Del más negro corcel,
baja el alférez Suarez.

-Señora díganos ¿qué es lo que ha pasado?

-Nada oficial, que mi marido se ha matado.

Ella lanza una mirada, la tiene perfeccionada, de pequeña flor desconsolada.

-Venga señora, no tema, que esta fuerza policial está hecha para protegerla.

Rifas, sorteos, polladas.
A la viuda la trataron como princesa jamás follada.

Le dieron dinero a montones
Una casa nueva, caballos y hasta botones

-Un horno nuevo, ¿no quiere?

-No por favor, que no pretendo hornear pasteles.

Suarez, el alférez, visitaba a la señora.
Por las tardes pasaban las horas,
sin que dejaran de acercase las botas.

Una noche, una visita, terminó en cariños y besos
La mujer se quitó los velos
Y antes de empezar, él le vio los pelos.

Disculpe usted, no sabía que esto pasaría.
Yo que soy mujer, no soy impía,
y pues si quiere que me los saque
primero pida mi mano a la tía María.

La tía, que era vieja, no oía por el oreja derecha
Y entonces, a su izquierda, Suarez la dejó hecha:
"La amo. La quiero. La respeto y la deseo.
Una casa yo le ofrezco y un caballo un poco siniestro."

María sonríe y la fiesta revienta
La nueva pareja, casada, festeja.

Un buen día, Suarez regresa
de una semana de franca borrachera.
Ella lo enfrenta, le grita, lo olfatea.
Él, con la escopeta, le revienta la cabeza.

"A un alférez no se le cuestiona
A un oficial no se le resondra
Mujer, a cocinar, a lavar y planchar
Que yo la salvé de la desgracia
Que yo con usted comparto mis ganancias"

A partir de ese día ella pidió un horno
Para cocinar pasteles
Pavos
y lechones

Alguna mañana, cuando él duerma la cerveza
Ella olvidará que cocinaba,
Y se irá a las tiendas por bananas.

Mientras tanto juegan, a que son una pareja,
él la cuida de los males,
la protege
y la alimenta.