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EL INFIERNO DE LOS JEMERES ROJOS, Denise Affonço


Con posterioridad al Holocausto, el régimen de terror de los jemeres rojos en Camboya, vigente de abril de 1975 a enero de 1979, fue una de los más atroces manifestaciones de lo que Zygmunt Bauman denominó, en una gráfica caracterización del totalitarismo, el “estado jardinero”, que “toma a la sociedad que dirige como un objeto por diseñar y cultivar y del que hay que arrancar las malas hierbas” (v. Bauman, Modernidad y Holocausto). Es cierto que entre el Tercer Reich y la República Democrática de Kampuchea (el nombre dado a Camboya por el régimen de Pol Pot, líder de los jemeres rojos) hubo –entre muchas otras- una diferencia sustancial, surgida del lugar de la modernidad en las respectivas matrices ideológicas: mientras la cosmovisión hitleriana concedía un rol fundamental a la tecnología moderna y a la industrialización, los jemeres rojos estaban embebidos de un odio visceral al capitalismo, tal que aspiraban a la realización de una utopía agraria contrapuesta a los proyectos industrializadores que los regímenes comunistas solían implementar en sus respectivos países (desde la URSS en adelante). No obstante, el de Pol Pot fue en todas sus facetas un ejemplo de ingeniería social practicada a escala nacional, en que un régimen establecido a sangre y fuego hizo del país entero un vasto laboratorio de gestión integral de la población, orientada al cultivo de un “hombre nuevo”. El espeluznante resultado fue el exterminio de una porción ingente de la población camboyana, que según cálculos fiables se aproximaría a la tercera parte del total (que en 1975 ascendía a unos 7 millones y medio de habitantes). Esto significa que, en términos proporcionales, el régimen de Pol Pot, de inspiración maoísta, fue el más cruento de un siglo cuajado de gobiernos criminales. El abominable experimento sólo terminó cuando los vietnamitas invadieron el país, el 7 de enero de 1979. Mientras duró, millones de personas se vieron convertidas en reclusos de un enorme campo de concentración, cuyas dimensiones prácticamente coincidían con las fronteras nacionales. Una de esas personas fue Denise Affonço, nacida en 1944 en Phnom Penh y de nacionalidad francesa. Su marido fue ejecutado por los jemeres rojos y su hija de 8 años murió en sus brazos, consumida por el hambre. Ella y su hijo mayor (contaba 12 años en 1979) sobrevivieron apenas a las penurias del “campo de reeducación” en que la familia fue confinada desde la alborada del régimen. Poco después de la caída del régimen, Denise, quien durante casi cuatro años cargara con el estigma de “burguesa” –mujer corrompida e irrecuperable para la sociedad-, escribió su testimonio del calvario recién padecido.
Ella misma se describe en El infierno de los jemeres rojos como un producto puro del colonialismo. Su padre era un ciudadano francés de ancestros portugueses e indios, su madre era vietnamita. En 1975 trabajaba como secretaria en el servicio de cultura de la embajada francesa en Phnom Penh. A poco de consumarse la toma del poder por los jemeres rojos, la capital camboyana fue mayoritariamente desalojada y sus habitantes desplazados a campos de concentración, destino del que no escaparon Denise y su familia, compuesta por su compañero (un hombre de negocios chino y simpatizante de los comunistas) y los dos hijos de la pareja. Se suponía que el confinamiento tenía por objetivo la reeducación y el disciplinamiento, pero la verdad era mucho más cruda: los nuevos señores del país no tenían suficientes balas para ejecutar a todos sus enemigos de modo que los sometían a un sistema de muerte lenta. En poco más de tres años y miedo de gobierno polpotiano, la inanición, las enfermedades y la extenuación acabaron con la vida de cerca de dos millones de camboyanos.
En un país de extensos arrozales, los reclusos disponían sólo de raciones exiguas de arroz; en un país de árboles frutales, los reclusos casi olvidaron el sabor y el aroma de las frutas. Un mísero potaje de arroz o una aguachirle en que nadaba algún minúsculo trozo de verdura o de pescado: esto era la dieta más frecuente de los confinados en los campos. Aplacar el hambre se transformó en la obsesión excluyente de estas gentes, cuyas declinantes fuerzas debían emplearse en arduas labores agrícolas o de construcción (de primitivas represas sobre todo), a las que en su mayoría no estaban habituadas. Por descontado que las condiciones de higiene eran paupérrimas, y que los enfermos no podían ilusionarse con recibir un tratamiento médico adecuado. Denise Affonço, que tenía el francés por idioma cotidiano y que no trabajaba con las manos, no podía ser sino una burguesa y una intelectual: catalogada como elemento inservible e irredimible, debía empero asistir a sesiones diarias de adoctrinamiento en que unos fanáticos raramente alfabetizados y ebrios de ideología machacaban el cerebro de personas desnutridas, exhaustas y moralmente quebrantadas. Los opresivos reglamentos, los eslóganes -demenciales y repetidos hasta la saciedad- y los actos de autoinculpación minaban toda voluntad de resistencia y ahogaban cualquier asomo de dignidad en las muy denigradas víctimas. Nimiedades como portar gafas y cruzarse de piernas estaban terminantemente prohibidas: había que suprimir esos indicios de intelectualidad y esos aires de arrogancia capitalista. Antes de un año, adultos y niños perdían todo remilgo en materia de alimentación, y nada que tuviese aspecto comestible se libraba de ser ansiosamente devorado. De modo inevitable, el dramático relato de la autora adquiere ribetes escabrosos cuando se enfoca en las premuras de la supervivencia. Por estremecedora que resulte la lectura, no hay sino asumirla y cobrar conciencia de un episodio histórico tan horrendo como vergonzoso.
La banda de criminales que se enseñoreó de Camboya no tuvo piedad alguna con los hijos de los “podridos burgueses”: improductivos como eran, su magra alimentación los condenaba a extinguirse hasta la muerte en cuestión de meses; ocasionalmente convertidos en merodeadores de las cocinas ajenas –las de los celadores y los jefes-, el robo de alguna banana o de un trozo de mandioca les acarreaba una pronta ejecución. Frecuentemente eran sustraídos de la custodia de sus padres y obligados a realizar un extenuante trabajo de adultos. Ya reducidos a macilentas figuras andantes, los niños eran vaciados de su educación anterior y se les indoctrinaba en la veneración y el temor del régimen. (En paralelo, sus padres eran forzados a deshacerse de cuanto les recordase su vida pasada, incluidas las fotografías familiares.) Se les enseñaba que los modales y señales de cortesía eran inútiles, tanto como el respeto por sus padres y parientes. Los valores y los afectos familiares fueron casi completamente borrados en aquellas frágiles criaturas. La paternidad y la devoción filial perdieron todo sentido: de los niños sólo importaba la entrega en alma y cuerpo a Angkar (camboyano por “la Organización”).
Angkar era el nombre clave del Partido Comunista de Kampuchea, el de los jemeres rojos. En la narración de Denise Affonço adquiere por momentos proporciones míticas, asomando como un ente revestido de atributos sobrenaturales. Angkar es un terrible espantajo o el demonio de las pesadillas, un ser omnisciente y todopoderoso que desde las sombras lo controla todo y en cuyo nombre se hace todo. Es la versión espectral del Hermano Mayor (o Gran Hermano) de Orwell, mucho peor que él en verdad, puesto que carece de todo cuanto asemeje una corporeidad humana. Es un ente abstracto al que se adora o se teme. Aquellos que se hacen llamar los libertadores de Camboya, los jemeres rojos, tienen siempre en sus labios el nombre del que guía sus pasos, y lo invocan en voz alta cada vez que infligen un castigo a los enemigos de clase. Mienten también los rojos, a espuertas y sin rebozo, siempre en nombre de Angkar; al principio, cuando se trata de aplicar medidas drásticas como la de despoblar Phnom Penh, embaucar a los enemigos con referencias a la buena voluntad y la sabiduría infalible del misterioso ser puede resultar más provechoso que valerse de una violencia franca e inmediata. Angkar, deben entender los burgueses y antiguos explotadores, vela incesantemente por el bienestar del pueblo… Faltó poco para que los victimarios exigiesen de sus víctimas que agradecieran a Angkar su severidad; ¿a quién si no debían la oportunidad de expiar en los campos sus faltas, o, más bien, la falta de ser lo que eran (en vez de lo que hubieren hecho)?
Para Denise, y para nosotros sus lectores, casi tan estremecedora como la relación de sus padecimientos camboyanos es la constatación de que en Francia, a la que consideraba su verdadera patria y a la que arribó meses después de su liberación –en compañía de su hijo-, cundía una muy escasa disposición a atender su testimonio. No se trataba de simple indiferencia, sino de la hegemonía de la gran quimera de izquierdas. Estaba en la fisonomía de la época aquello que denunciara François Furet en emblemático libro finisecular: la ilusión comunista contagiaba incluso a quienes, especialmente en el gremio de los intelectuales, no profesaban el ideario marxista, y la realidad de los países comunistas, aunque abundasen señales de lo mal que ellos iban, era encubierta por la coartada del gran ideal, de la mayor ilusión del siglo. No abundaban en la Francia de 1980 los que quisieran enfrentar la cruda realidad de Camboya, aquel remoto rincón de su extinto imperio.
Sin más pretensiones estilísticas que la llaneza y la claridad, ni otro horizonte moral que una indeclinable honestidad, el de Denise Affonço es un libro de denuncia que merece figurar entre los más necesarios e impactantes del siglo XX.
- Denise Affonço, El infierno de los jemeres rojos. Libros del Asteroide, Barcelona, 2010. 256 pp. Fuente: hislibris

La civilización como fracaso: foto sin shop, Gustavo Dessal


En un texto escrito especialmente para la agencia Télam, el escritor y psicoanalista argentino Gustavo Dessal, radicado en España desde 1982, reflexiona sobre algunos efectos de la cultura de la imagen, cuando en nuestras sociedades, huérfanas del sentido de la tragedia, se enfrentan, sin desear, menos a la brutalidad del dolor que a una “ignorancia” que lo promueve y promociona, y que lo hace circular como valor de cambio y de uso.
Por Pablo E. Chacón 

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Cuerpos en el campo de concentración


27 de enero 1945. Cuerpos de muertos por todo el campo, muchos de ellos fallecidos por hambre, trabajos forzados y negligencia de su estado. El campo fue liberado por soldados de la Unión Soviética en la First Army of the Ucranian Front bajo la comandancia de Marshal Koniev.

NANKING: EL HOLOCAUSTO OLVIDADO DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL – Iris Chang

Diciembre de 1937, las tropas del Ejército Imperial del Japón, en su cruenta guerra con China, toman la que entonces era su capital, Nanking. Comienza a partir de ese momento la mayor pesadilla que nunca pudieron imaginar los habitantes de aquella ciudad. Más de 300.000 asesinados, según los datos que ofrece el Memorial de Nanking, supusieron las atrocidades perpetradas por 50.000 soldados nipones. Es una de las mayores masacres cometidas antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial y, seguramente, una de las menos conocidas. Hay muchos motivos que explican que esta matanza no haya sido tan popular como las producidas posteriormente con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, pero desde luego fue un aviso muy serio de lo que se podía esperar de un imperio japonés dominando el continente asiático.
La autora de este conmovedor relato es la tristemente fallecida periodista Iris Chang (1968-2004), escritora que abordó con valentía y fuerza de voluntad un tema que sigue siendo hasta nuestros días fuente de polémica en Japón y China, aunque por motivos bien diferentes entre un país y otro.  
El libro está publicado por la editorial Capitán Swings, consta de apenas 400 páginas y es un relato, una reflexión y una denuncia sobre un tema que no está cerrado, ni mucho menos. Chang recibe esta información gracias a sus padres, los cuales vivieron una gran parte de su vida en la China continental. A partir de este momento decide investigar qué pasó en Nanking 1937 y, sobre todo, por qué se habla tan poco de una masacre de esas características tan brutales. En su lucha por esclarecer esta incomoda verdad decide apostar por el testimonio de víctimas y verdugos, ligando el relato de los hechos con los testimonios de los protagonistas. El trabajo de Chang es a su vez un alegato por la recuperación de la Memoria Histórica; no solo decide aventurarse en una descripción aséptica de la masacre, sino que osa ir más allá trasladando la polémica matanza hasta el momento presente. ¿Qué significó, y significa hoy en día esta matanza en China y Japón?
Chang demuestra que las versiones en ambas naciones están en las antípodas. Mientras para China es un genocidio sin parangón, para muchos japoneses no deja de ser una consecuencia terrible de la guerra donde las cifras de muertos siempre se ofrecen a la baja. En Japón, a diferencia de Alemania, no ha existido tan claramente un sentimiento de culpa colectiva por sus acciones durante la Segunda Guerra Mundial, el ocultismo y la deformación de la realidad histórica es un hecho palpable hoy en día. Numerosos han sido a lo largo de los años, y no tan alejados precisamente, los ministros y demás altos cargos que han tenido que dimitir por negar la matanza, o al menos justificarla, de ahí que el tema en el país nipón sea controvertido. Un ejemplo: el alcalde de Nagasaki, Sr Motoshima Hitoshi, responde en un pleno municipal a una pregunta formulada por el partido comunista japonés sobre la posible culpabilidad del emperador Hiroito en el desencadenante de la guerra (estamos en diciembre de 1987); su respuesta fue su sentencia de muerte: para el Sr. Hitoshi, soldado nipón en la guerra, el emperador fue el responsable de la guerra. Después de furibundos ataques desde todas las capas de la sociedad, Motoshima Hitoshi acaba siendo asesinado el 18 de enero de 1990 de un tiro en la espalda realizado por un fanático ultranacionalista.
La verdad se silencia en Japón desde los mismos libros escolares, así de rotundo lo afirma la autora del libro, Iris Chang. En este libro de muerte y denigración también hay un sitio para los héroes, personas de carne y hueso que arriesgaron su vida en defensa de los habitantes de Nanking: nombres como el del alemán John Rabe, hombre de negocios que entonces trabajaba para la empresa Siemens y, curiosamente, miembro del partido nazi; Robert Wilson, cirujano; Wilhemina Vautrin, directora de estudios al Ginling Women’s Arts and Sciencie College de Nanking; John Magee, presidente de la sección de la Cruz Roja y al que se le debe la valentía de haber filmado las masacres; George Fitch, director de la l’YMCA; Lewis Smythe, sociólogo; Miner Searles Bates, historiador; James McCallum, misionero en China. Un sentido homenaje hacia todos ellos: la autora no ceja en insistir, sin ellos el mundo sería peor, Nanking y sus habitantes les reconocen su dignidad y no los olvida.
En definitiva, un libro de historia, pero también un libro para reflexionar sobre la naturaleza humana y, además, un alegato frente a la deformación de la realidad histórica y sus consecuencias en las próximas generaciones. Fuente: hislibris

Los reyes más sanguinarios de la historia

Gracias a la novela El corazón de las tinieblas, publicada por Joseph Conrad en 1902, se empezó a conocer en Europa el infausto legado colonial de Leopoldo II de Bélgica.
Corrían los primeros años del siglo XX y pocos eran conscientes de que el monarca de la pequeña y aparentemente aburrida Bélgica había causado directamente la muerte de varios millones de congoleños. Lee más

Calígula

Leopoldo II y el genocidio en el Congo


Leopoldo II, cuyo nombre de nacimiento era Leopoldo de Sajonia-Coburgo-Gotha y Borbón-Orleans (Léopold Louis Philippe Marie Victor de Saxe-Cobourg et Gotha) (Bruselas, Bélgica, 9 de abril de 1835 – 17 de diciembre de1909) fue el segundo rey de los belgas, recordado por ser propietario del Estado Libre del Congo, que fundó y explotó como si de una empresa privada se tratara. Sucedió a su padre, Leopoldo I, en el trono de Bélgica en 1865 y permaneció hasta su muerte. Reinó durante 44 años, con lo que se convirtió en el reinado más largo de cualquier monarca belga hasta el momento.
Leopoldo fue el fundador y único propietario del Estado Libre del Congo, un proyecto privado encabezado por él mismo. Utilizó al explorador Henry Morton Stanley para ayudarle a reclamar el Congo, un área que actualmente ocupa laRepública Democrática del Congo. En la Conferencia de Berlín de 1884-1885, las naciones europeas con intereses coloniales –que pactaron el reparto de África– se comprometieron a mejorar la vida de los habitantes nativos del Congo, al tiempo que confirmaron su posesión por parte de Leopoldo II. Sin embargo, desde un principio el monarca ignoró estas condiciones y amasó una gran fortuna gracias a la explotación de los recursos naturales del Congo –caucho, diamantes y otras piedras preciosas– y la utilización de la población nativa como mano de obra forzada y esclava.
Su régimen africano fue responsable de la muerte de entre 2 y 15 millones de congoleños. Bertrand Russell estimó el número de víctimas en 8 millones de personas,  mientras que el censo realizado por Bélgica en 1924 mostró que la población durante el Estado Libre de Leopoldo había descendido en un 50 %, 10 millones de personas. Sin embargo, otros historiadores como Louis y Stengers declararon en 1968 que las cifras que se manejaban eran exageradas. 

Primeros años

Ingresó en el ejército belga siendo joven y realizó numerosos viajes por el mundo, lo que marcaría su política expansionista. Contrajo matrimonio con María Enriqueta de Austria en agosto de 1853. 
En política exterior, el rey Leopoldo determinó que Bélgica se mantuviera neutral ante la guerra franco-prusiana de 1870-1871.

El marco institucional 

En 1876, Leopoldo convocó y presidió la Conferencia Geográfica de Bruselas que reunía a expertos, exploradores y científicos de seis países europeos. Pretendía establecer normas comunes filantrópicas para proteger el continente africano y sus habitantes de la explotación comercial indiscriminada, dado que con las últimas exploraciones se acababa de abrir África a la penetración europea. Con este fin la Conferencia decidió crear un organismo permanente, la Asociación Internacional Africana (AIA), presidida por el propio Leopoldo, para promocionar la paz, la civilización, la educación y el progreso científico, y erradicar la trata de esclavos que era una práctica común a buena parte del continente. El mismo año, en el discurso inaugural del comité belga de la AIA, Leopoldo declaraba:
(...) Los horrores de este estado de cosas, los miles de víctimas masacradas por el comercio de esclavos cada año, el número aún mayor de seres absolutamente inocentes que son brutalmente arrastrados a la cautividad y condenados de por vida a los trabajos forzados, han conmovido profundamente los sentimientos de todos los que, a todos los niveles, han estudiado con atención esta deplorable realidad; y han concebido la idea de asociarse, de cooperar, en una palabra, de fundar una asociación internacional para dar punto final a este tráfico odioso que es una desgracia para la edad en la que vivimos, (...) 
Tres años más tarde, la AIA financió la expedición al río Congo (1879–1884) dirigida por el explorador y aventurero estadounidense Henry Morton Stanley. Stanley fue encargado de conseguir contratos con los jefes indígenas, para que la AIA explotase las regiones descubiertas, convirtiéndolas en "Estados libres". Paralelamente, Bélgica creó la Asociación Internacional del Congo (AIC), cuyos fines presuntamente se relacionaban con el mantenimiento de la paz en las regiones africanas de la cuenca del Congo, pero luego con metas claramente comerciales para explotar productos de las regiones colonizadas.
A raíz de estas iniciativas, Leopoldo fue reconocido en la escena internacional como un benefactor filantrópico digno de admiración, como un hombre de negocios preocupado por temas humanitarios y como el promotor de la política colonial de Bélgica, y lo colocaba a la altura de la del Reino Unido, Francia o Alemania. No es por lo tanto de extrañar que la Conferencia de Berlín (1884–1885) reconociera la creación del Estado Libre del Congo como un territorio perteneciente a Leopoldo a título personal (y no como colonia de Bélgica). Ningún representante indígena fue invitado.
El Reino de Bélgica abandonó toda responsabilidad sobre el territorio congoleño, como lo confirmará el artículo 62 de la Constitución belga votada en 1885, por lo cual el territorio del Congo quedaba convertido prácticamente en "propiedad privada" de Leopoldo II. La explotación de los recursos de la región fue constituida en monopolio "estatal" (a favor del Estado Libre del Congo), y Leopoldo envió un ejército de 16.000 europeos de distintas nacionalidades, pagados por el propio monarca, para controlar la región y convertirla en un campo detrabajos forzados, mediante la esclavitud y la mutilación.

La práctica genocida de Leopoldo II en el Congo

Gracias a la colonización del Congo, Leopoldo convirtió a Bélgica en una potencia imperialista y a él mismo en multimillonario. Gracias a los préstamos que le fueron concedidos a Leopoldo por el Estado belga, la AIC creó una red ferroviaria a lo largo del río Congo y de sus afluentes, y abrió carreteras. Después de que John Dunlop inventara los neumáticos de caucho, la demanda mundial del mismo, debido a su uso como materia prima en la industria automovilística y de bicicletas, se había disparado y se inició una carrera comercial internacional para dominar el mercado.
Para adelantarse a la competencia (que explotaba bosques en América Latina y en el sureste asiático), Leopoldo impuso altas cuotas de producción de caucho en el Congo, y obligó a la población indígena a cumplirlas con métodos coercitivos y la más alta violencia. Para aumentar el ritmo de producción, los agentes del Estado Independiente del Congo cobraban primas en función de las cantidades suplementarias de caucho recolectado, lo que les incitaba a endurecer cada vez más los métodos de presión sobre los trabajadores. 
Se calcula que durante los años de dominio de Leopoldo sobre el Congo fueron exterminados unos diez millones de nativos, la mayoría de ellos esclavizados, mutilados, asesinados o amenazados con la muerte para que trabajaran en la obtención de caucho. El historiador Adam Hochschild avanza la misma cifra basándose en investigaciones llevadas a cabo por el antropólogo Jan Vansina a partir de fuentes locales de la época, y estima que de 1885 a 1908 la población congoleña quedó reducida a la mitad por culpa de los asesinatos, el hambre, el agotamiento, las enfermedades y el desplome de la natalidad.  El historiador congoleño Ndaywel e Nziem eleva la cifra a 13 millones de muertos,  mientras que los historiadores Roger Louis y Jean Stengers consideran que esas cifras no tienen fundamento al no existir datos de población para aquellos años. 
En 1895, el misionero Henry Grattan Guinness supo de los abusos sufridos por la población del Estado Libre del Congo e instaló allí una misión. Obtuvo promesas de mejora de Leopoldo, pero nada cambió. El periodista británico Edmund Dene Morel, ex agente de una compañía de navegación encargada del transporte del caucho hacia Europa, y conocedor de las estructuras comerciales establecidas en Àfrica del oeste, fue también uno de los primeros en avisar a la opinión internacional sobre los crímenes cometidos, y fue el primero en recolectar pruebas testimoniales ydocumentales. Sin embargo, hasta 1903, dos años después del fallecimiento de la reina Victoria, prima de Leopoldo, la Cámara de los Comunes no adoptó una resolución crítica sobre la gestión del Congo, y encargó al diplomático Roger Casement, nombrado cónsul británico en el Congo, que investigara los hechos. Su informe, conocido como el Informe Casement, se hizo público al año siguiente y tuvo un impacto considerable en la opinión pública. El parlamento británico aprobó una resolución sobre el Estado del Congo –que el gobierno envió a los 14 países firmantes del Tratado de Berlín de 1885— en la que se informaba que los crímenes que supuestamente allí se cometían eran contrarios al espíritu de la Conferencia, y el ministro británico de Asuntos Exteriores pidió en sendos discursos que se revisara la concesión privada del Congo al rey de Bélgica para transferirla al parlamento belga. 
El diputado socialista belga Émile Vandervelde y parte de la oposición parlamentaria consiguieron, en contra de la opinión del rey, que se creara una comisión independiente de investigación, cuyo informe confirmó las observaciones de Casement y Morel. Por su parte, el rey envió su propia comisión de investigación, constituida por funcionarios públicos belgas, que negaron toda clase de abusos y que apoyaron su labor "civilizadora." 

La Donación Real

Las consecuencias inmediatas de esos informes se limitaron al arresto de algunos soldados del Estado Libre acusados del asesinato de centenares de congoleños en 1903. En diciembre de 1906 el rey Leopoldo, bajo la presión internacional, aceptó transferir el Estado del Congo al parlamento belga, pero las negociaciones duraron hasta el 15 de noviembre de 1908, fecha en la que el Parlamento belga asumió su administración. En el intervalo el Rey negoció una compensación de 50 millones de francos por sus posesiones en el Congo y se deshizo de todas sus obligaciones en la región, que reinvertió en propiedades en la Riviera francesa. 
Esta cesión se incluyó, en 1908, en el acta conocida como «Donación real», por la que Bélgica "heredaba" el Congo, así como de la gestión de las inmensas propiedades personales del Rey en Bélgica, preservando su disfrute por sus sucesores en el trono y prohibiendo su venta o alteración. Leopoldo justificó el tratado afirmando que, como sólo tenía hijas, todas casadas con príncipes extranjeros, no quería que su herencia se desmembrara después de su muerte. La Donación Real es desde 1930 un organismo público autónomo del Estado belga, que gestiona el patrimonio heredado de Leopoldo II. Parte de esos bienes se puso a disposición exclusiva de la Casa real belga, y el Estado asumió su gestión y conservación.

La explotación minera

Gran parte de los territorios que Leopoldo II mandó colonizar en África constituyen el actual Estado de la República Democrática del Congo. Bélgica continuó explotando las riquezas del "Congo belga". En los años siguientes a la Donación Real, la administración del Congo siguió en manos de las mismas compañías concesionarias, por lo que el maltrato de la mano de obra congoleña se mantuvo, sin llegar sin embargo a los excesos anteriores. 
Después del declive del caucho, tomó especial importancia la explotación minera iniciada por las compañías concesionarias de Leopoldo II, como la Compañía del Katanga, creada en 1891. A partir de 1900, para asegurar el dominio de la compañía frente a la competencia de las compañías mineras británicas y alemanas, el Estado Independiente del Congo y la Compañía del Katanga se unieron en el Comité Especial del Katanga (CSK). Al poco tiempo, un acuerdo firmado personalmente por Leopoldo II y por el empresario británico Robert Williams, propietario de la compañía minera Tangenyika Concession Limited (TCL), creó la Unión Minera del Alto Katanga (UMHK), que gobernó de hecho la región del Katanga hasta su nacionalización por parte del gobierno de la República Democrática del Congo, en 1966. 

Reinado en Bélgica

Leopoldo II utilizó la fortuna amasada con la explotación del Congo para financiar un programa de obras públicas, ejemplos del cual son el Palacio de Justicia de Bruselas, la Avenida de Tervueren, también en Bruselas, y el complejo palaciego de Laeken, actual residencia de la familia real belga. Para celebrar el 50 aniversario de la independencia de Bélgica, mandó construir elParque del Cincuentenario, dominado por el Arco del Cincuentenario. Embelleció también la ciudad de Ostende, donde creó elhipódromo y el parque María Enriqueta.
Constituyó un patrimonio personal en las Ardenas, que cuenta con 6700 ha de bosques y fincas agrícolas, un campo de golf y los castillos de Ciergnon, Fenffe, Villers-sur-Lesse y Ferage.
En el aspecto militar, mandó fortificar las ciudades de Amberes, Namur y Lieja, e instituyó el servicio militar obligatorio para un hijo por familia.
Bajo su reinado el Parlamento aprobó numerosas medidas sociales, como el derecho a crear sindicatos, la prohibición a los niños menores de 12 años de trabajar en las fábricas, la prohibición del trabajo nocturno para los menores de 16 años y de lostrabajos subterráneos para las mujeres de menos de 21 años. Se estableció el descanso dominical y una compensación en caso de accidente laboral.
El rey intentó que la Constitución belga de 1885 instaurase el "Referéndum Real", que le hubiese permitido convocar personalmente consultas populares acerca de cuestiones de orden general o sobre leyes ya aprobadas por el Parlamento belga. En este último caso, el Referéndum Real podría haberle suministrado un apoyo popular para negarse a firmar leyes que desaprobaba, lo que equivalía a disponer del derecho de veto. Ante la negativa del Parlamento a contemplar esta posibilidad, Leopoldo estuvo a punto de abdicar.

Vida privada

Leopoldo II se casó por conveniencia con María Enriqueta de Austria, quien tras proporcionar descendencia a su esposo, fue ignorada y casi repudiada de facto por éste,[cita requerida] refugiándose en la ciudad de Spa, de la que ya no saldría jamás.
En torno a 1899, Leopoldo se enamoró de Blanche Delacroix, una joven de 16 años, hija de un funcionario. La nombró baronesa de Vaughan, y tuvo con ella dos hijos varones (la auténtica paternidad de esos niños nunca fue demostrada). Un año antes de su muerte, Leopoldo contrajo con Delacroix un matrimonio morganático, y le legó una gran fortuna y propiedades inmobiliarias en Bélgica y en Francia. Al año siguiente, poco después de la muerte del rey, Delacroix se casó con su amante, Antoine Durieux, quien adoptó a los hijos. 
Leopoldo II murió en 1909 de una hemorragia cerebral. Su sobrino Alberto, hijo de su hermano Felipe de Bélgica, le sucedió en el trono como Alberto I.

Referencias culturales

La novela El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, narra el viaje del protagonista por el río Congo en tiempos de Leopoldo II. El autor cuenta experiencias de primera mano sobre las atrocidades que se cometían en la colonia belga. La película Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola, se basó parcialmente en este libro, extrapolando la situación del Congo a la Guerra de Vietnam.
En 1907, el escritor francés Octave Mirbeau denunció la situación de los esclavos que trabajaban en las plantaciones de Leopoldo en el capítulo 'El caucho rojo', de su novela La 628-E8.
La novela El sueño del celta, del Premio Nobel de Literatura 2010 Mario Vargas Llosa, se basa en la vida de Roger Casement. Fuente: wikipedia






























































Niza sí, Siria no


El presente documento es una simple muestra de las atrocidades cometidas a diario por los grupos rebeldes en Siria. No recoge sino los actos recientes que datan de este año y se detiene a fecha del 15 de septiembre de 2013. Dentro de poco presentaremos un documento exhaustivo que recoge todos los crímenes terroristas cometidos en Siria desde el comienzo de la revuelta anti-régimen. A la vista de estas informaciones, pensamos que la comunidad internacional debe fomentar el inicio de las conversaciones entre el gobierno sirio y la oposición, y establecer un dispositivo de reconciliación entre los sirios. Es, según nuestro punto de vista, la única salida de la guerra que desde hace 30 meses destruye a Siria, su pueblo y su civilización. Continúa leyendo

ALFRED ROSENBERG: DIARIOS 1934/1944



La editorial Crítica nos ha obsequiado con la publicación de los Diarios de Alfred Rosenberg 1934-1944, uno de los ideólogos y principales adalides de primera hora del nacionalsocialismo, un intelectual al servicio de una de las doctrinas políticas más perversas de la historia de la humanidad. El espacio temporal que abarca estos diarios es desde 1934 hasta 1944, diez años de escritos no muy constantes y con la duda más que significativa de la falta de alguna que otra entrada. Posiblemente pudieran aparecer quién sabe cuándo más notas escritas por Rosenberg. Continúa leyendo

Darfur, tensiones entre una población


El conflicto de Darfur, región del este de Sudán, comienza en 2003, cuando se agudizan las tensiones entre la población negra y la de origen árabe, ambas mayoritariamente musulmanas. El germen del problema se cuece en 1980 cuando se producen importantes enfrentamientos entre ambas poblaciones. Las etnias africanas más importantes son los fur, los zaghawa y los masalit. El aumento demográfico de todas ellas y la terrible sequía aumentan la competencia por los escasos recursos de Darfur. La llegada al poder en 1989 de un régimen militar de corte islamista favorece a los grupos étnicos árabes frente a los agricultores negros. La hostilidad crece con la llegada de más población árabe procedente de Chad, Malí y Mauritania.
Ante este panorama dos grupos africanos rebeldes: el Movimiento Justicia e Igualdad (JEM) y el Ejército de Liberación de Sudán (SLA) acusan en 2003 al Gobierno sudanés de oprimir a la población negra y atacan las comisarías.
En febrero de 2003 el Gobierno recurre a la fuerza aérea y a los yanyauid, ganaderos árabes nómadas armados. Así nacen los llamados "demonios a caballo" que por las noches arrasan los poblados de los agricultores negros, matan a los hombres, violan a las mujeres, roban sus víveres y queman sus casas, según observadores internacionales de la ONU.
Campos de refugiados
Estos ataques provocan un éxodo masivo a los campos de refugiados del Chad. Sin embargo, ante la creciente hambruna y los reiterados ataques de los yanyauid, los refugiados se trasladan a nuevos asentamientos en la frontera este de Chad. Se trata de más de un millón de refugiados repartidos en doce campos asentados a lo largo de 700 kilómetros de desierto fronterizo. Llevan allí más de cinco años viviendo.
Según informes de la ONU "la violencia sexual contra las mujeres constituye un fenómeno generalizado, que no sólo trata de humillar y atemorizar a la población femenina, sino que persigue aumentar de este modo la población árabe".

Hoja de ruta de los conflictos en Darfur

La tensión entre las ONGs y el Gobierno sudanés, que las considera a estas organizaciones testigos incómodos, se rompe con la decisión de expulsar a trece de ellas del país, lo que está provocando que millones de personas se vean privadas de atención sanitaria, agua y alimentos. Tanto Naciones Unidas, como la Unión Africana, enviaron tropas en 2004 con el fin de supervisar el alto el fuego que no cumplió el Chad.

En 2005 una comisión internacional comprobó la existencia continua de violaciones del derecho internacional humanitario y de los derechos humanos en Darfur y constató que el sistema de justicia sudanés carecía de capacidad y de voluntad para abordar estos crímenes.
En julio de 2008 el fiscal de la Corte Penal Internacional presenta cargos contra el presidente Omar al-Bashir por crímenes de guerra, de lesa humanidad, así como cargos por genocidio. La sentencia llega en marzo de 2009. El Gobierno de Jartum responde entonces con la expulsión efectiva de las trece ONGs, a las que acusa de colaborar con la Corte Penal Internacional.

Según las cifras de las Naciones Unidas más de 300.000 personas han muerto en Darfur como resultado de enfrentamientos, enfermedades y hambrunas a lo largo de los últimos seis años y al menos, 2,7 millones de personas han sido forzadas a abandonar sus hogares. Fuente: wikipedia

Charles Taylor, pena confirmada


Charles McArthur Ghankay Taylor (nacido el 28 de enero de 1948) es un político liberiano, presidente de ese país desde 1997 hasta 2003. Cumple una condena de 50 años por crímenes de guerra y lesa humanidad. Taylor ha pasado a la historia como el primer Jefe de Estado condenado por un Tribunal internacional desde los Juicios de Núremberg. 
Charles Taylor se graduó en los Estados Unidos y regresó a Liberiapara unirse al gobierno de Samuel Doe. Fue acusado de malversación de fondos, siendo detenido y encarcelado en territorio estadounidense, a donde había huido. Se fugó de la prisión y llegó aLibia, donde fue entrenado como guerrillero. Regresó a su país en1989 como jefe de un grupo de resistencia, las Fuerzas Nacionales Patrióticas de Liberia (FPNL), para derrocar al régimen de Doe, iniciando la Primera guerra civil liberiana.
En 1995 se alcanzó un acuerdo de paz, que dio paso a elecciones en 1997, en las que Taylor se impuso por el miedo de la gente a una nueva guerra.
Desde la presidencia liberiana, suministró armas al Frente Revolucionario Unido (FRU) en Sierra Leona a cambio de diamantes de sangre.
Taylor fue acusado de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad como resultado de su intervención en laGuerra Civil de Sierra Leona. Con el tiempo, la oposición a su régimen creció, culminando en la Segunda guerra civil liberiana, que comenzó en 1999. En 2003 Taylor ya había perdido el control de la mayor parte del país y fue acusado formalmente por el Tribunal especial para Sierra Leona. Entonces decide exiliarse en Nigeria, como parte de los acuerdos que permitieron poner fin a la guerra que asoló a Liberia durante catorce años.
El 28 de marzo de 2006, el Gobierno de Nigeria informó que el ex presidente liberiano se encontraba en paradero desconocido. Finalmente se descubrió que residía en Calabar, capital de la región de Cross River, y los responsables de su seguridad fueron arrestados.
Las autoridades nigerianas habían aceptado extraditar a Taylor, pero estaba pendiente de ser enviado a Liberia oSierra Leona, donde está siendo procesado por un tribunal de justicia especial de la ONU.
El 29 de marzo de ese mismo año fue detenido mientras intentaba cruzar la frontera entre Nigeria y Camerún, huyendo de la extradición. Semanas después, a causa de una posible desestabilización de Sierra Leona por la presencia de Taylor, se decidió que su juicio sería en la Corte Penal Internacional de La Haya, con la condición de que fuese encarcelado en otro país. Este problema mantuvo el juicio en hiato, hasta que el 15 de junio el Reino Unido accedió a encarcelar a Taylor en caso de ser declarado culpable.
Seis días después, Taylor fue trasladado a la Institución Penitenciaria Haaglanden en La Haya, donde actualmente se le juzga por crímenes en la guerra civil de Sierra Leona. Entre otros testigos, destaca a la modelo Naomi Campbell, que declara que recibió unas piedras pequeñas y sucias (diamantes de sangre) por gente próxima al dictador. 
Según un cable filtrado por Wikileaks, la embajadora de Estados Unidos en Liberia, Linda Thomas-Greenfield, indicó que se desataría una crisis en Sierra Leona en caso de que fuese liberado por falta de fondos para llevar a cabo el juicio. La misma propuso enjuiciarlo en los Estados Unidos. 
En abril de 2012 fue hallado culpable de once cargos, entre ellos, asesinatos, violaciones, esclavismo, mutilaciones y uso de menores soldados. Se convirtió así en el primer exjefe de Estado contra el que la justicia internacional ha completado un juicio. En mayo se dictó la sentencia que lo condenó a 50 años de cárcel por crímenes de guerra y contra la humanidad cometidos en su país y en Sierra Leona. El Tribunal Especial para Sierra Leona considera probado que ayudó e instigó las guerras de su tierra, y la de sus vecinos, de 1991 a 2002. “El Tribunal ha tenido en cuenta la gravedad y el impacto físico y emocional de los crímenes perpetrados contra la población civil. Los mutilados tendrán que vivir siempre de la beneficencia. Las mujeres violadas sufrirán el estigma del asalto, y el rechazo que padecen los hijos que tuvieran. A los menores reclutados se les robó la infancia”, ha dicho el juez Richard Lussick, al leer la decisión. El encarcelamiento se produciría después del proceso de apelación, que puede durar seis meses. 

El 26 de septiembre del 2013 su pena fue confirmada. 

Fuente: wikipedia

Demjanjuk


John Demjanjuk escucha su sentencia a muerte durante el juicio celebrado en 1988 en Jerusalén. ©Israel Government Press Office

«Un mundo sin Demjanjuk, es mejor que con Demjanjuk». Con estas palabras, el «cazador de nazis » francés Serge Klarsfeld  ha  recibido la noticia de la muerte del ex kapo del campo de exterminio Sobibor, John Demjanjuk, fallecido el 17 de marzo de 2012, a los 91 años,  en un asilo de ancianos de Bad Feilnbach, en el sur de Alemania. Continúa leyendo