Tantos abrazos construidos alrededor de tu cuerpo, hacen fila hoy, se amontonan, pretenden recuperarse, repetirse, al menos, en la realidad de mi mente. Tantos poemas / pretextos, abanicándose en el aire que me respira, en la luz que me traspasa. Tanto creer en la reinvención de la carne y en la construcción de las alas. Tanto romperse las rodillas, lanzar la primera piedra y esconder ambas manos. Tanta urgencia del tacto y tanto anhelo. Tantas líneas quebrando papeles y tantas noches. Tantas palabras disfrazando de animales las promesas. Tanto quejido de placer y tantas flores. Tantos hormigueros de caricia girándonos la piel. Tantos abrazos desboronándose alrededor del recuerdo, hacen fila hoy, se amontonan. Desaparecen.

una canción

i was just passing by. he stood right in front of me and looked straight at the floor.
his eyes i didn´t see. his hair, nevertheless, spoke some.
it said he missed me.
i answered with my silence and the music. a little bit of dancing.
from a distance we watched each other, took care of one another.
just like the old days. when we were younger and sweeter. healthier. brighter.
very much simpler.

Miradas

El hombre de la sonrisa breve pero marfileña muerde el cigarro usando apenas un centímetro de la comisura de sus labios. Siempre escucha en silencio. pero, sin saber por qué, los que debaten suelen buscar en su viva mirada algún tipo de aceptación aún apenas imperceptible.

El hombre de la sonrisa breve nunca asiente ni condena, pero todos saben encontrar un brillo u otro en su mirada, un sí o un no, un quizá o un tal vez. El pueblo confía en su juicio y en su enigmática mueca. Dicen los que le conocen desde siempre que apenas recuerdan el sonido de su voz, sin embargo, todos en el pueblo jurarían que el hombre de la sonrisa breve nunca pasa de largo sin saludar.

Una vez vi a uno de mis amigos sentado a su lado, a media tarde. Al atardecer seguía allí, haciendo aspavientos con las manos. Les vi de lejos y no pude oír nada de lo que allí se cocía, por lo que más tarde, en la taberna, pregunté a mi amigo qué había sucedido. Por lo visto éste había intentado pedir consejo a aquél y le había disgustado la respuesta. Lo extraño era que mi amigo no podíar repetir con precisión absolutamente nada de lo que, según él, aquel hombre había argumentado durante varias horas. Mientras meditaba sobre ello, vi de reojo al hombre de la sonrisa breve pero marfileña contemplándonos y pude adivinar que había sucedido. Ya me extrañaba a mí que mi amigo recordara el sonido de una voz que sin duda nunca había oído.

Las flores de Mayo

Hace unos meses Nicolas Sarkozy afirmó que renegaba del fenómeno del “Mayo del 68” denunciando el “relativismo moral” que había traído a la sociedad francesa. Enseguida Daniel Cohn-Bendit, el lider estudiantil de la revuelta y ahora jefe de Los Verdes en el Parlamento Europeo, le respondió que si no fuera por esa relajación moral la azarosa vida sentimental del amigo Nicolas le hubiera impedido siquiera presentarse como candidato a Presidente de la República.

Muchas veces se nos ha tratado de convencer que eran mayoría los jóvenes que apoyaron la revuelta, pero a mí, sin haber estado presente, ni allí ni en la España de la época, me parece que eso no es posible. Seguro que muchos miraron con escepticismo y rencor aquella explosión de anarquía, los unos por considerarla una aberración y los otros porque no se les hubiera ocurrido a ellos. Cuarenta años después siguen las mismas luchas entre progresistas y más progresistas, y entre conservadores y más conservadores. Y seguirán existiendo, porque el centro no existe, no es más que otra utopía política.

Así que, sin entrar en más discusiones, quedémonos con esta extraordinaria canción en la que Ismael Serrano, y con el recuerdo del Barrio Latino, uno de los lugares más luminosos de la de por sí luminosa París.

samaqueo

hace frío de nuevo.
se puso gris la cosa y claro, hay que andar al día con la temperatura.


mis chompas y casacas ya están limpias. el olor a guardado y humedad se quedaron en la lavadora. llevo encima los últimos rayos de sol que secaron estas lanas y algodones que me abrigan.

mi cabeza se puso a pensar sola por un rato. me dejó cosechando olivos bajo el sol y se fue al río por su cuenta. sentí la cabeza un poco mojada. los pies calientes en la arena del desierto.
los olivos verdes en mis manos. mis ojos sorprendidos. estaba todo muy lindo.

dijo watanabe de samaca:
"en este paisaje tan extremadamente limpio"
no sé si él tuvo fogata en el museo acompañada de algún modesto marco musical.
podría haber escrito algo sobre eso tal vez.





Unos días en Vizcaya

Acabamos de llegar de nuestro viaje al Norte. Pocas ganas de elegir destino y un par de minutos en la web de Bancotel decidieron por nosotros. Destino Bilbao, pero el mismo Bilbao ¡eh!. Un buen hotel cerca de S. Mames nos ha servido de base para unas minivacaciones maxiaprovechadas.

Primer acierto: Bilbao está aquí al lado. Junto a las playas valencianas, las vascas son las que más cerca quedan de nuestra casa. Cuatro horitas de ida y otras tantas de vuelta. La ventaja es que mientras en el Levante los madrileños son una plaga, allá en el Norte somis una "rara avis", y claro, hay mucho menos atasco entrando y saliendo. Es una pena que décadas de tensión política y la obra de los asesinos de ETA hayan provocado un rechazo masivo de los castellanos respecto a viajar al País Vasco.

Segundo acierto: pedazo de clima hemos tenido. No ha hecho tanto sol como en otros lugares pero lo suficiente como para poder ir un par de días a la playa. Bañarse era otra cosa, pero le eché un par y me sumergí en el agua del Cantábrico. Helada. El resto de tíos que había en el agua estaban vestidos de neopreno tratando de coger alguna buena ola. Me miraban como se mira a un chalao, pero ellos tienen el mar todo el año y no sabían que yo tengo que aprovechar cuando tengo oportunidad.

Os cuento cómo se dio la cosa: el jueves noche estuvimos de "pintxos" por el viejo Bilbao. Habíamos ido andando desde el hotel (en el otro extremo de la ría) y nos dio tiempo a abrir el apetito mientras el atardecer iba cayendo sobre el "Bocho". Un paseo verdaderamente bonito. Esta vez no vimos ninguna trainera entrenando por la ría, pero sí tuvimos la ocasión de ver como el sol hacía refulgir el exterior del Guggenheim. Sólo esa visión ya merece la visita. El regreso, con el estómago lleno, y cruzando la ciudad por la Gran Vía sabiendo que al día siguiente era viernes y no trabajábamos, no tuvo precio.

El viernes, pasamos a ver a los antiguos compañeros a la oficina de Zamudio. Qué alegría verles y que envidia ver cuan diferente es trabajar en el Parque Tecnológico, entre bosques y praderas, sin ruidos ni contaminación, a currar en el ajetreado Madrid. Del tiempo invertido en llegar a la oficina ni hablamos. En la capital nos pasamos la vida yendo y viniendo del lugar de trabajo.
Tras la visita nos fuimos, por la línea de la costa, en dirección Este. Hora de comer en el Restaurante Eneperi, entre Bakio y Bermeo. Primer contacto con la cocina vasca y orgasmo colectivo en cada dentellada. Im-presionante. Casi tanto como la siesta posterior sobre la arena de la Playa de Bakio. Un tour en coche por la costa y un paseo por el puerto de Bermeo pusieron la guinda a la jornada. Es curioso lo parecidos que son los puertos de Llanes (donde fuimos hace un mes) y Bermeo. Misma estructura de la rada y del rompeolas, mismos bares, barcos similares, los mismos vejetes a los que no se les entiende una palabra (por cierto, todo Dios habla euskera en Bermeo, todo lo contrario que en la capital).
Y aquí os pongo la foto de la última visión del día, Urdaibai desde Mundaka.

Sábado, día soleado y éxodo desde la ciudad hacia las playas. No había madrileños, pero nos unimos a las hordas bilbaínas que invadieron la costa cántabra. Después de la Villa de Castrourdiales, ya tomada e incorporada al territorio vasco, pasamos de largo por Laredo y acabamos comiendo en Santoña (hasta arriba de vascos también). Tras degustar un pescado excepcional y comprar la preceptiva conserva santoñesa fuimos a pasar la tarde en la playa de Berria, un impresionante arenal de dos kilómetros de largo y en el que todavía se respeta la Ley de Costas, (como en casi todo el Norte, es justo decirlo, he aquí el ejemplo de otra playa en la que paramos volviendo a Vizcaya).


Y por la noche, nuestros anfitriones, un bilbaíno y una vallisoletana, nos llevaron a ver los chalecitos de Neguri, que dejan en pelotas a los chalets de la Moraleja y luego a cenar al puerto deportivo de Algorta. Más pescado y dos botellas de txacoli. ¡Viva Bilbao y muchas gracias Jon Ander y Silvia!

Pd. por cierto, para aquéllos que hayan oído que los bilbaínos lo hacen todo a lo grande, ahí va la confirmación: ¡hasta los perros comen chuletón!

Poda en altura





Todo lo que hay que hacer es subir con facilidad y seguridad. La pratica se prolongó durante 3 horas bajando y volviendo a subir a unos 8 metros, utilizando cuerdas, eslinga, nudos cojo-nudos, adrenalina por doquier......