Si es que no me entero

A ver si me lo explica alguno que sea más listo que yo, uno que haya estudiado ingeniería, o mejor, uno que haya ganado una oposición, eso es.

A ver, o sea que me decís que si no hay ganado, sube la carne, nos quedamos sin proteínas y morimos.
Y también me decís que si hay ganado, entonces las vacas se tiran demasiados pedos, se incrementa el efecto invernadero y morimos otra vez.
Si hay agricultura, que si tal …
Si hay …


Y no me entra en la cabeza. Hubo un tiempo en el que los árboles medían más de cien metros y el campo estaba lleno de dinosaurios, que ríase usted de un pedo de dinosaurio … por no hablar de las cagadas, claro, vamos que cómo debía estar el campo ... Y parece que vivían todos muy bien, y muy a gusto, hasta que un meteorito o un alienígena borracho que estrelló la nave, lo jodió todo.

Va a ser o que los que molestamos somos nosotros, o que va a tener que caer otro meteorito para poner todo en orden …
Acompañada de tres de las ilustraciones y nueve de los poemas que conforman Preguntar el aire, Alfonso Chase publicó esta reseña el pasado sábado 13 de setiembre en La Prensa Libre:


Germinal

Año II No. 83
Alfonso Chase

Byron Espinoza (1979), es tan joven como la vida misma renovándose y su biografía se reduce a intentarla vivir con plenitud. Y al haber editado antes varios libros de poemas que, de alguna manera, exponen su deseo de irse transformando alrededor de su palabra, manifestando una labor de auténtico poeta, conforme supera los diferentes textos hasta casi ya ser él mismo, despojado de influencias, o límites retóricos, que lo puedan encerar en generaciones o sectas, aunque en su bibliografía, que no biografía, admite pertenecer al extraño grupo: Subterráneo Gremio de Escritores, que puede bien ser una fantasía o, simplemente, una licencia poética.

Su poesía es cálida y libre. Parte de postulados ignotos donde el surrealismo se hace presente pero permanece anclado, en buena hora, a la realidad circundante al poeta, lo cual le hace crear belleza, acción, ingenio y esa ternura en donde los poetas, relativamente jóvenes, aceptan emocionarse para darle unidad a la mente, buscando la perfección de decir lo que se siente y no sólo lo que percibe. “Preguntar el aire”, extraño y bien dispuesto título de su último libro, nos sirve para preguntarnos, nosotros, quién es este poeta y el por qué de su propuesta, que denota la madurez que se le advierte, pero sin dejar de lado esa parte del todo esencial que encontramos en el eco de indagación, de pregunta, que se revela en la mayoría de los poemas de este libro. Y que se responde el lector con los elementos que le ofrece el escritor, que de sucesivas maneras uno va encontrando para preguntar, no sólo al aire, sino a la vida, a los objetos, a los espejos, a los muebles en reposo o animados, el sentido del estar allí, e incorporarse al poema y ser con él la sustancia activa de escribir. El elemento más hermoso este libro es el saber escribir con el cuerpo, con la sangre, con el ánima vital, y trascender los límites formales de la literatura para crear el poema, con una percepción que incorpora la inteligencia, el oficio, la búsqueda y amor por el arte de la poesía. La edición es bella. Pulcramente editada, con fantasiosas ilustraciones de Julissa Morales, hecha una, y consustancial, con la materia verbal del libro.

Uno de los mejores libros que se han publicado este año. Un poeta que sobresale por sí mismo. Hecho uno con el aire que flota, más allá de su inasible sustancia.

Y con una concisa e inteligente presentación de María Bonilla

cuestión de espacio

Está todo apretado adentro, se acaba el espacio pero igual todo sobra. Si se fuera todo lo que no importa no quedaría nada.

la novela

¿cuándo se le va quitar a todo este airecito de novela que me tiene tan de mal humor?
prEgUntO...
¿un día me voy a despertar y este filtro nubloso no va estar más? 
¿y cuando salga a la calle los peinados habrán vuelto a la normalidad y nadie volverá a gritar? 
¿se puede acabar esto de las malas las buenas los galanes y los mejores amigos con secretas intenciones?
¿cuándo van a renunciar? ¿cuándo es que se quitan el maquillaje y se regresan a su casa?
queseacabelanovela.
queseacabelanovela.
ya está.
cambiemosdecanal.

mucho tiempo después

  dar un par de volantines sobre el jardín >>> mojarme el pantalón >>> ensuciarlo de verde pasto.

 

>>>pararme de manos > >que mi pelo no me cubra la cara completamente >>> que no me duela la cabeza y que no se me caigan las monedas. 

>Que mis brazos no se rindan tan pronto pero, básicamente, que mi polo no se venga para abajo y quede con las tetas al aire <<<<

 

 

Las discos de pueblo

El invierno en el que cumplí los 16 años y mis padres decidieron que ya era tiempo de dejarme llegar tarde a casa, me di cuenta, amargamente, de que la mayoría de mis amigos de Madrid no tenían el mismo privilegio. Supongo que mis padres, al ver que seguía llegando a casa a las 11 de la noche, pensaron que era un tío formal y se alegraron de haberme dado tanta confianza. Snif. Volvía porque nadie más se quedaba.

Por suerte llegó el verano y las vacaciones en el pueblo y la situación cambió. En mi pueblo no hay, ni hubo nunca, una discoteca o siquiera un pub donde bailar y oír música, así que íbamos a un pueblo cercano, Navafría. Ahora el desafío ya no era poder quedarse tarde o no. El desafío era simplemente conseguir salir del pueblo. Navafría está a 8 km y los coches escaseaban. Casi siempre conseguíamos que alguno de los “mayores” (los que tenían cinco o seis años más y que hoy pasan los 40) nos llevaran amontonados en plan vagón de ganado. Seis, siete en cada coche. A veces tumbados por si nos paraba la Guardia Civil.

El regreso era peor. Los coches iban regresando según avanzaba la noche, y claro, no apetecía volverse tan pronto. Total, que la mayoría de los días acababas volviendo al pueblo en coches de borrachines que apenas conocías o con algún alma caritativa que te recogía en la carretera después de haber andado varios kilómetros. Esos días la borrachera se pasaba viendo amanecer.

Y al día siguiente, comentar la jugada, que si me entro ése o aquél. Que vaya castaña llevabas, que si tal y cual, y que todavía queda el sábado … fines de semana de 48 horas de juerga. Qué aguante teníamos. Cualquiera lo diría, ahora que algunos se duermen al segundo cubata en el Freddy.

Lo que no cambiaba nunca era la música. Durante los diez años que estuve saliendo a Navafría casi todas las canciones fueron españolas y más o menos funcionaba en este orden, siempre igual, noche tras noche:

Con canciones como “Sobre un vidrio mojado” de los Secretos comenzaba el asunto. A esta hora todavía se podia hablar (e incluso vocalizar algo)



Tócala ULI”, de Gabinete o alguna de Loquillo solían abrir el fuego rockero




luego venían “Cielo del Sur” de La Frontera y “Mediterráneo” de Los Rebeldes con el toque rockabilly de cada noche:






Cuando sonaba el siguiente “temazo” yo ya llevaba seis o siete cubatas y tocaba hacer el animal en una pista llena de tíos tan borrachos como un servidor: “Pandilleros”, de Dinamita pa los Pollos, ese grupo mítico …




Sabor de amor”, de Danza Invisible no fallaba ni una noche, y la cantaba toda la pista . La gente lo daba todo porque sabían que el asunto se acababa. Era la hora de los micrófonos invisibles que todo el mundo llevaba en una mano. En la otra el cubata, claro.



Y para cerrar, como no, una lenta en la voz cascada de los Burning: “Otra noche sin ti

Tiempos difíciles

No se conocieron hasta que la muchacha cumplió 15 años, y eso que en la aldea vivían poco más de 500 habitantes. Cada uno en un extremo del pueblo, él habitaba en el molino que había junto al río y ella cerca de la Iglesia, en el centro de la aldea. Además, él tenía casi tres años más que ella y nunca antes se había fijado en aquella delgaducha pecosa..

La cosecha casi había terminado y los días, largos, invitaban a pasar la noche en la plaza, riendo y bailando al son de la gaita y el tamboril. El muchacho andaba ya por los corros de los hombres desde hacía un par de años. Mucho vino, grandes risotadas, miradas indiscretas hacía las muchachas solteras. También ellas bromeaban, más quedamente, sobre ése o aquél. Aquellas fiestas de Julio descubrieron que dos pares de ojos se imantaban irremediablemente entre la muchedumbre, fijos unos en los otros y despreocupados del resto de sus sentidos.

En pocos días recuperaron el tiempo perdido. El pueblo menguó sólo para ellos, y sus cuerpos se convirtieron en sombras uno del otro. Él se refrescaba en la fuente justo a la hora que ella hacía la aguada. Ella atravesaba la era dando un rodeo desde su casa, sólo para pasar junto al cerrado donde el chico y su familia recogían los últimos restos de la reciente siega. Una mirada bastaba para que el corazón ardiese todo el día.

De familias pobres ambos, no había impedimentos familiares para que la cosa terminara en boda una vez que él regresara del servicio militar. Dos años, que parecían eternos, pero que fueron corriendo tan rápido como las docenas de cartas, ligeras de letra pero cargadas de pasión que fueron y volvieron hasta los lejanos cuarteles.

La guerra alargó la ausencia, y cuando el chico volvió ella ya era de otro hombre. Arreglos entre familias para sobrellevar tiempos difíciles. Sus padres no compartían su pasión por aquel muchacho que combatía lejos, y la voluntad de la muchacha nada tuvo que oponer a la necesidad de la familia.

Una tarde de Septiembre, las copas de los álamos que crecen a la entrada del pueblo saludaron el regreso del hombre. Hacía años que se había enterado de las malas nuevas pero las cartas no habían cesado, ni tampoco sus sentimientos. A estas alturas ambos sabían que el recuerdo de aquellas caricias juveniles les acompañarían toda la vida y, con determinación, cerraron a cal y canto sus almas.

Él nunca gozó otros besos más que los que cada noche paladeaba en su recuerdo y ella continuó despertando, día a día, con la ilusión de encender sus cada vez menos furtivas miradas. Los encuentros casuales siguieron sucediéndose, como si nada hubiera pasado, y hasta ahora, cuarenta años después, estos novios eternos no han dejado de verse ni un solo día. El mismo candor, la misma alegría en los ojos no se ha consumido con los años, pues todo es mucho para quien poco espera.

Suelo verlos a mediodía, cuando el sol más aprieta y los viejos disfrutan la sombra del soportal frente al ayuntamiento. Ellos siempre se sientan juntos, silenciosos, tan ajenos a todo como aquella primera noche en la plaza. Y podría jurar que hay una especie de vereda entre sus ojos, como si no pudieran despegarse unos de los otros …