La psiquiatría en la URSS


La psiquiatría fue usada con fines represivos en la época de la ex Unión Soviética. Los hospitales psiquiátricos eran usados frecuentemente por las autoridades como prisiones en orden de aislar prisioneros políticos (disidentes del sistema) del resto de la sociedad, desacreditar sus ideas, y destruirlos física y mentalmente, en una especie de tortura. Psijushka o psikhushka (Ruso: психушка) es un término coloquial ruso para referirse a un hospital psiquiátrico. Ha sido usado ocasionalmente en otros idiomas desde que en Occidente se supo de la existencia del movimiento disidente dentro de la Unión Soviética.

Historia

La destacada dirigente del Partido Socialrevolucionario de Izquierda Mariya Spiridónova fue la primera política del país en sufrir los métodos de la psiquiatría represiva. Los psijushkas se usaron hacia finales de los años 1940 (Véase Alexander Esenin-Volpin) y durante "la era de deshielo de Jrushchov" ocurrida en la década de los 1960. Uno de los primeros psijushkas fue el Hospital y Prisión Psiquiatríca ubicado en la ciudad de Kazán. Luego fue transferido al control del NKVD en 1939 bajo el mando de Laurenti Beria, quien llegaría ser la mano derecha de Iósif Stalin. El 29 de abril de 1969 el líder del KGB Yuri Andrópov, envió al Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética un plan para crear una red de psijushkas. 
La psiquiatría oficial controlada por el estado abusó en el diagnóstico de "Esquizofrenia lentamente progresiva" (вялотекущая шизофрения, transliterado como vyalotekúschaya shizofreníya, en:Sluggishly progressing schizophrenia) una forma especial de enfermedad la cual supuestamente afectaba al individuo solamente en su comportamiento social, sin ninguna huella de otra característica. Este diagnóstico fue ampliamente aplicado por el psiquiatra Andréi Snezhnevski y su equipo. "Muy frecuentemente, ideas acerca de luchar por la verdad y la justicia se forman en la mente de personalidades con una estructuraparanoica", esto de acuerdo a los profesores del Instituto Serbski de Moscú.4 (Comentario de los archivos de Vladímir Bukovski) Algunos de ellos eran de alto rango dentro del Ministerio del Interior de Rusia, tales como el infame Danil Luntz que, segúnVíktor Nekipélov, fue la personificación de "nada menos que, el doctor criminal quien efectuó experimentos inhumanos en prisioneros como se llevaba a cabo dentro de los campos de exterminio nazi. 
Los individuos sanos quienes eran diagnosticados con enfermedad mental eran enviados a hospitales psiquiátricos ordinarios mientras que aquellos quieneeran considerados especialmente peligrosos al régimen eran enviados a otros dirigidos directamente por el Ministerio del Interior de Rusia.
El tratamiento incluía varias formas de represión y tortura como electrochoque, radiación, aislamiento, tareas forzadas, uso de distintas drogas psicotrópicas (tales como, narcóticos, antipsicóticos, e insulina) lo cual tenía secuelas graves en el individuo y algunas veces ello implicaba recibir una paliza. Nekipélov describió el uso inhumano de procedimientos médicos tales como laspunciones lumbares.
Al menos 365 personas sanas fueron tratadas por presentar una "definida locura política" en la Unión Soviética.

Denuncia del abuso

En 1971, Bukovski logró filtrar al occidente más de 150 páginas en donde se documentaba el abuso psiquiátrico por parte de las instituciones de salud mental por razones políticas en la Unión Soviética. Los sucesos conmocionaron a los activistas de los derechos humanos de todo el mundo incluyendo a los de la misma Unión Soviética. En enero de 1972, las autoridades soviéticas encarcelaron a Bukovski durante 7 años a los cuales se agregaron 5 años más que vivió en el exilio, por ponerse en contacto con periodistas extranjeros y por posesión y distribución de literatura clandestina o samizdat.
Junto con un compañero joven dentro de la prisión de Vladímir, el psiquiatra Seymon Gluzman, Bukovski elaboró Un Manual de Psiquiatría para disidentes6 a fin de ayudar a otros disidentes a luchar en contra de los abusos de las autoridades.
En 1971 el profesor Andréi Sájarov (o Sákharov), quien para ese entonces ya era uno de los más renombrados físicossoviéticos, apoyó la protesta de dos presos políticos, V. Fainberg y V. Borísov, quienes anunciaron una huelga de hambre en contra del agresivo tratamiento terapéutico basado en medicamentos peligrosos para la actividad mental, en una institución psiquiátrica de Leningrado. Por su activismo en defensa de los derechos humanos Sájarov fue expulsado de la Academia de Ciencias Soviética y fue enviado al exilio a Gorki.

Reacción de la Asociación Psiquiátrica Mundial

Cuando el primer asunto fue expuesto en la Asociación Psiquiátrica Mundial (APM, WPA según su sigla en inglés), la delegación soviética amenazó con retirarse de la organización internacional, así que la APM incrementó su interés en el asunto. Mientras el número de casos documentados de abuso se incrementaban así lo hacían las protestas, la APM cambió su postura y adoptó un código de conducta ética para su miembros y estableció cuerpos de investigación para reforzarlo.
El primer comité en contra del abuso político de la psiquiatría fue fundado en 1974 en la ciudad suiza de Ginebra (Genève). En 1977, el Congreso Mundial de la APM efectuado en Honolulú adoptó la "Declaración de Hawaii", el primer documento en establecer una serie de estándares para guiar el trabajo de los psiquiatras en todo el mundo. El congreso también hizo una condena oficial a los abusos psiquiátricos ejercidos por el régimen soviético por vez primera. En 1982 enfrentando la inminente expulsión de la APM, la delegación soviética optó por su retiro voluntario, y en 1983 la APM en su congreso verificado en Vienaadoptó la resolución de adoptar estrictas condiciones para su reincorporación. La campaña de Mijaíl Gorbachov denominadaglásnost, contribuyó significativamente a la exposición de más evidencias en la prensa soviética. En 1989, dos años antes del colapso del régimen soviético, la delegación soviética reconoció el abuso sistemático de la psiquiatría con fines políticos verificado en su propio país.

Tiempos post-soviéticos

El Instituto Serbski de Moscú sigue conduciendo miles de evaluaciones ordenadas por una corte al año, y es fuente de nuevas teoría conspirativas.
Cuando el criminal de guerra Yuri Budánov fue evaluado ahí en 2002, el panel que efectuó el análisis fue conducido por Tamara Pechérnikova, quien anteriormente había condenado a Natalia Gorbanévskaya (Natalya Gorbanevskaya). Budánov no fue encontrado culpable en razón de padecer "locura temporal", después de su atrocidad pública fue encontrado sano por otro panel que incluía a Gueorgui Morózov, director del instituto quien había declarado locos a muchos disidentes en el pasado. 

Ha habido reportes en la primera década del s. XXI acerca de un renovado encarcelamiento en instituciones psiquiátricas de gente "inconveniente" para las autoridades rusas. La BBC reportó el caso notable de la disidente rusa Larisa Arap quien fue confinada de manera forzada a una clínica psiquiátrica localizada en Apatity. 

Los niños soldados en el siglo XXI


"Los grupos armados a menudo intentan reclutar a los niños porque “cuestan menos”: las inversiones necesarias para reclutar, entrenar y preparar a los niños para los conflictos son más baratas que las de los adultos." Lee más

Campos de concentración y trabajo forzado



La Alemania nazi se aprovechó de la mano de obra de los pueblos conquistados poco después de la ocupación de sus países. Más de catorce millones de personas fueron llevadas  por la fuerza a trabajar en Alemania y a ellos se debe agregar dos millones y medio de prisioneros de guerra. Lee más

Jane Godall, actvista


Jane Goodall nació el 3 de abril de 1934 en Londres en el seno de una familia de clase media, criándose en la posguerra en la casa familiar de Bournemouth, en el sur de Inglaterra. Allí vivió su infancia y juventud, rodeada de animales y soñando con escribir sobre los animales en África. A los 23 años comenzó a hacer realidad su sueño viajando a Kenia, donde trabajó con el famoso antropólogo Louis Leakey, hasta que éste la envió en 1960  a Gombe, Tanzania, con la arriesgada misión de investigar por primera vez a los chimpancés salvajes de la zona. Con la sola compañía de su madre y un cocinero, plantó su tienda en la selva y comenzó su proyecto de investigación que duraría en teoría 6 meses, y que se prolonga ya por más de medio siglo. Lee más

Las juventudes hitlerianas


Seguramente pocas generaciones de jóvenes a lo largo de la Historia han sido tan adoctrinadas y manipuladas por un gobierno como aquellas que vivieron en Alemania durante la época del Tercer Reich (1933-1945). A lo largo de estos años, los jóvenes, tanto chicos como chicas, fueron educados única y exclusivamente para convertirse en los futuros miembros del Reich milenario, la élite racial aria que sometería a los pueblos inferiores. De ello se encargarían principalmente Baldur Von Schirach, desde 1931 hasta 1940, y Artur Axmann, desde 1940 hasta el final de la guerra. Por cierto que ambos, a pesar de su grave responsabilidad, lograron eludir la pena de muerte, el primero en los Juicios de Núremberg, siendo condenado a veinte años de prisión, y Axmann escondiéndose después de la guerra, aunque posteriormente sería apresado y juzgado varias veces. 
La historia del movimiento de juventudes en Alemania comienza propiamente con el siglo XX, cuando surge el grupo de los Wandervögel o “Aves Errantes”, de religión protestante y carácter romántico, chicos y chicas que gustaban de errar por los caminos propugnando una vida sana y sencilla y que menospreciaban a la sociedad, la política y el Estado. Se unieron al ejército de forma entusiasta al comienzo de la Primera Guerra Mundial llevados por su romanticismo nacionalista y muchos de ellos fueron masacrados por los británicos en la batalla de Langemarck. Menos de la mitad regresaron con vida a sus casas tras el final de la guerra. A este movimiento le sucedió el de las llamadas Bünde o Ligas, de carácter más ascético y elitista y políticamente situadas a la derecha. Es entonces, a comienzos de los años veinte, cuando aparecen las juventudes del NSDAP, las cuales tomarían forma y organización en 1926. Fueron creciendo a la par que la popularidad del Partido Nazi, de forma que ya contaban con unos veinticinco mil miembros en 1930 y más de cien mil poco antes de la llegada de Hitler al poder. En contraste con las Bünde, con las que coexistieron al principio, las Juventudes Hitlerianas absorbieron a chicos de las clases bajas atraídos por la promesa de un futuro mejor. La afiliación se fue haciendo masiva después de 1933 y llegó a ser obligatoria para los mayores de 17 años desde 1939 y para los de 10 a partir de 1941, ya en plena guerra, contando para entonces con unos ocho millones de miembros, incluyendo a la rama femenina de las Hitlerjugend (HJ), la Bund Deutscher Mädel o Liga de Muchachas Alemanas (BDM), creada en 1930. Si bien a los jóvenes de ambos sexos se les inculcaba por igual la devoción al Führer y se les formaba en los rígidos principios del ideario nazi, la formación de los chicos estaba encaminada, sobre todo tras el estallido de la guerra, a su integración en las fuerzas armadas, ya fueran la Wehrmacht o las SS, para lo cual se les entrenaba con maniobras militares y continuos ejercicios físicos, dejando la educación intelectual en segundo plano. A las chicas, por el contrario, se las educaba para ser buenas compañeras de los hombres y futuras madres. Para ello las Juventudes Hitlerianas instituyeron escuelas propias dentro de su estructura, pero que resultaron estar muy alejadas de los estándares educativos normales. Además, el liderazgo se dejaba en manos de los miembros mayores tanto de las HJ como de las BDM, lo que, subraya el autor, devino en continuos problemas disciplinarios desde épocas bien tempranas. Enfrentamientos callejeros, intimidación, robos y violencia estaban a la orden del día, y la conducta sexual de chicos y chicas era notablemente promiscua, abundando en multitud de embarazos adolescentes; la homosexualidad y los abusos sexuales, incluso por parte de personajes prominentes del partido, también eran algo habitual. Otro de los problemas era la dejadez de muchos miembros, jóvenes con criterio propio que encontraban excesivamente pesadas sus obligaciones para con las HJ, que a menudo debían compaginar con su asistencia a la escuela, por lo que dejaban de acudir a las reuniones, marchas y acampadas. También era el caso de aquellos con inquietudes religiosas que seguían asistiendo a la iglesia, sobre todo a comienzos del régimen. En general, puede decirse que tanto el comportamiento como la supuesta moral espartana que debían regir la conducta de los jóvenes hitlerianos, dejaban en muchos de ellos bastante que desear.
Otro de los controvertidos aspectos de la cosmovisión nazi que trata el autor  y que afectaba a los jóvenes, sobre todo a las chicas, era el referido a la eugenesia y la raza. A instancias de Himmler, la BDM y las SS colaboraron para implementar la creación de un programa de pureza racial en el que una élite de mujeres se uniría a miembros escogidos de las SS, incluyendo la creación de guarderías especiales (lebensborn) para sus descendientes. Por supuesto, esto llevaba incluido un completo adoctrinamiento acerca de la inferioridad de las razas judía, eslava y gitana a la vez que fomentaba al odio hacia las mismas. Ello no evitaría, sobre todo bien entrada la guerra, el contacto entre las mujeres alemanas y los prisioneros, sobre todo rusos, polacos y franceses, motivado por la presencia masiva de los hombres en el frente. A la inversa, también se dieron relaciones entre los soldados y oficiales nazis y las mujeres de los países ocupados, incluso de las razas “inferiores”, a menudo con consecuencias para ellas tras la derrota alemana.
En el libro se dedica un apartado a hablar de aquellos grupos que, de una forma u otra, consiguieron mantenerse alejados de la influencia de las HJ o incluso se enfrentaron a ellas, ya fuera por la asimilación de la cultura anglosajona en el caso de los jóvenes “swing”, seguidores del jazz estadounidense y de la moda americana e inglesa y que acudían a clubes nocturnos más o menos clandestinos, o por medio de la acción política más directa como en el caso del grupo “La Rosa Blanca”, liderado por los hermanos Scholl, los Edelweisspiraten, formados por jóvenes de clase trabajadora y que a menudo colaboraban con la Resistencia o llevaban a cabo acciones de sabotaje o los Leipzig Meuten, de ideología socialista o comunista. Muchos miembros de estas agrupaciones terminaron en campos de concentración o fueron ejecutados, como en los casos de Hans y Sophie Scholl, lo cual les ha valido el reconocimiento posterior.
En cuanto a la participación de las Juventudes Hitlerianas en la guerra, el autor destaca por un lado la creación de la 12.ª SS División Panzer Hitlerjugend reclutando a jóvenes nacidos hacia 1926, la cual entró en combate tras el desembarco en Normandía. Operó con un notable desempeño al principio, aunque para septiembre había sido seriamente diezmada. Actuó también de forma destacada en la ofensiva de las Ardenas así como en el frente del este, rindiéndose finalmente en mayo de 1945 a los estadounidenses. Por otra parte está el hecho de la incorporación al ejército de chicos y chicas cada vez más jóvenes en las últimas fases de la guerra, sobre todo como artilleros en las baterías de defensa antiaérea y, en última instancia, incorporados a la Volkssturm, la milicia ciudadana reclutada como último recurso ante el avance de los Aliados. Muchos de ellos participaron en la defensa de Berlín, especializándose en el uso de granadas antitanque. Son muy conocidas las imágenes de un ya decrépito Hitler imponiendo la Cruz de Hierro y felicitando a un grupo de jóvenes hitlerianos en la Cancillería del Reich, el día 19 de marzo de 1945. Mención especial merece para el autor el destino de muchas jóvenes de la BDM quienes, actuando como enfermeras, auxiliares en el frente o incluso portando armas, tuvieron que padecer las represalias de los soldados del Ejército Rojo durante la invasión de Prusia Oriental y la toma de Berlín en forma de violaciones, vejaciones y asesinatos o la deportación, al igual que los hombres, a los campos del sistema Gulag, de donde sólo algunos lograron retornar décadas más tarde.
El libro concluye con una reflexión acerca de la responsabilidad de la juventud. De entrada, Kater argumenta que la gran mayoría de jóvenes que habían militado en las Juventudes Hitlerianas se veían más como víctimas que como parte responsable de un régimen que los había utilizado y luego desechado, privándoles de su juventud y generando un profundo sentimiento de frustración y desconfianza hacia el porvenir. Si bien la cuestión de la complicidad de estos jóvenes en los crímenes del Tercer Reich está fuera de duda, no ocurre lo mismo con la culpabilidad moral, ya que el grado de la misma dependía de la edad, posición jerárquica y de la suma de las actividades criminales en las que hubieran podido participar, como los crímenes de guerra o crímenes contra la humanidad. Sin duda, bastantes de ellos no podrían haber tomado parte en estos actos, bien por edad, bien por no haber estado físicamente en el lugar de los hechos, aunque es evidente que al final de la guerra la avasalladora maquinaria ideologizante del régimen aún seguía imbuyéndoles de un sentimiento de superioridad racial. La resocialización y educación de estos jóvenes en los valores democráticos occidentales comenzaría ya en los campos de prisioneros dirigidos, sobre todo, por estadounidenses y británicos. Los Juicios de Núremberg y la amnistía decretada en 1946 para todos los jóvenes condenados por infracciones políticas también contribuirían a ello, así como la creación de las “Amerika-Hauser”, institutos para jóvenes a cargo del Departamento de Estado y la implantación de las emisoras de radio estadounidenses, como la American Forces Network (AFN), que emitía tanto contenidos musicales como políticos. No obstante, en los primeros años de la posguerra, habría una fuerte resistencia por parte de un sector de la juventud que aún admiraba al Führer y creía en los valores del nacionalsocialismo, mostrando todavía ciertos prejuicios racistas, sobre todo orientados a los soviéticos. El sociólogo alemán Helmut Schelsky propondría el término “Generación Escéptica” para los jóvenes hasta ya entrada la década de los 60, motivado según él por el escepticismo y desprecio que mostraban por la política y desconfianza hacia las ideologías, así como por su superficialidad, indolencia y materialismo, sobre todo en aquellos miembros más veteranos de las Juventudes Hitlerianas que, por tanto, más tiempo habrían estado expuestos a la influencia adoctrinadora del régimen nazi. Sin embargo serían estos jóvenes los que con el tiempo, aunque atormentados por la culpa, terminaron contribuyendo a la reconstrucción de la democracia en la Alemania Occidental.
En suma, a pesar de ser un ensayo denso, resulta un más que recomendable libro por su profundo análisis del adoctrinamiento nazi y el estudio de los movimientos juveniles de la etapa previa al Tercer Reich y durante el mismo, escrito de una manera clara y accesible aunque, eso sí, es recomendable abordarlo con ciertos conocimientos previos sobre la época y sus protagonistas. Hislibris

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