Estos días en Canarias, he vuelto a disfrutar de la belleza de Masca. Ahora algo más débil, pero viva, como la última vez que la vi. Masca es uno de los pocos oasis tinerfeños que resisten vírgenes el embate de las urbanizaciones y de los grandes "turoperadores". Es un monte agreste y duro, pero hasta los más duros a veces necesitan ayuda alguna vez y en agosto pasado, cuando un terrible incendio consumió las cumbres de Masca, nadie acudió a prestarle auxilio.
Igual que el año anterior en el Morrazo, o antes en Guadalajara, las supuestamente eficaces medidas anti-incendio brillaron por su ausencia. Vecinos, guardias civiles y algún agente forestal mal preparado hicieron lo que pudieron por salvar a la gente, pero nada pudieron hacer por el monte. Y es que Masca está muy lejos de Sta. Cruz o de Las Palmas, muy lejos de los centros donde se maneja el dinero y la industria, lejos por tanto de los bomberos, quienes no están contratados para cuidar el monte, sino para cuidar los polígonos industriales y los edificios de viviendas. Otra cosa sería si el monte en llamas fuera el Monte de El Pardo, o Montjuic, pero claro, son bosques domésticos, cuidados por el hombre.
Todos los montes corren el peligro de quemarse, pero algunos tienen garantizada una actuación rápida y eficaz. Son esos montes aburguesados, con vitola de ciudadanos. Por el contrario, el monte de los pobres, el monte deprimido, el monte sin dueño, el monte alejado de las urbanizaciones, se apaga solo, ... cuando no queda nada más con vida.
Así que a Masca sólo le queda renacer, con la esperanza de que la próxima vez, la cuidemos algo más.