El abuelo
(en homenaje a Miguel Delibes, un literato)

¿a cuántas personas amé? ¿cincuenta, veinte, quizá un ciento? ¿cómo puedo contar si ni siquiera sé el lugar en el que están enterrados? Desde luego recuerdo la primera persona a la que quise de verdad. Era el padrastro de mi madre, el hombre que se casó con la abuela cuando enviudó.
Recuerdo vívidamente el aspecto de su ropa. Prendas viejas, con olor a jara y a pinar, siempre con alguna brizna de paja prendida de las mangas o las perneras. Nunca estaba en casa cuando yo despertaba y sólo regresaba a casa cuando la última luz se había ido. Era habitual que padre y él aparecieran en el horizonte helado, como materializados en la oscuridad de la noche invernal. Mamá y yo solíamos esperarles al final del cercado, sosteniendo encendido un fanal al que hacía oscilar el viento. Luego entrábamos los cuatro juntos a casa y cenábamos las sopas que había preparado la abuela sentados alrededor del fuego. Yo, siempre acurrucado junto a él, casi siempre me quedaba dormido mientras acariciaba mi pelo y se extendía por la estancia aquél olor a resina de pino.

Quizá él no fuera realmente mi abuelo, pero ... sí, definitivamente fue la primera persona que quise de verdad.