los zapatos huérfanos

hoy he pasado por el sanatorio de zapatos. Tengo unos que me gustan mucho y tienen la suela algo maltrecha. Por suerte, no he tenido que pedir cita para dentro de mucho tiempo como sucede (cada vez más a menudo) en la Sanidad de los humanos. Al entregar mis zapatos, el zapatero me ha extendido un recibo como otras veces, pero hoy además me ha pedido dinero. Me extrañó, pero el hombre, como excusándose, me señaló un cartel donde advertía de que a partir del 1 de febrero se cobra por adelantado. Ya entiendo, le he dicho.

Hace unos días un amigo me comentó que en los talleres es cada día más frecuente que alguien deje su coche para reparar y nunca más vaya a recogerlo. Me da pena pues me evoca esa leyenda urbana (o no) de viejecitos abandonados en una gasolinera o en casa ajena mientras su familia se va a hacer unos recados. Al menos, estos últimos regresan y el viejecito suspira aliviado mientras piensa que peor destino tienen algunos muebles viejos.

Zapatos, coches, abuelos, todos huérfanos de cariño debido a la crisis del dinero y a la crisis de valores.

Hace años leí, sin terminarlo, un libro de Millás titulado "No mires debajo de la cama". Hablaba de zapatos con vida, que hablan, que aman, que sienten, que odian. Probablemente algunos de ellos odien hoy a los dueños que les abandonaron. Algunos quizá entiendan sus razones, entiendan que alguien tuvo que elegir entre ellos y otro gasto más perentorio. Otros atizarán su rencor amontonados sobre otros pares de zapatos huérfanos de dueño. Y todos, como esos coches del taller o ese abuelo de la gasolinera, mirarán con esperanza a cada persona que se acerque, deseando en silencio que alguien regrese a por ellos.