Días de estadio

voy a menudo al estadio Santiago Bernabéu. Como aficionado al fútbol y seguidor del Real Madrid, me impresiona el escenario, aún más cuando está vacío que cuando está lleno. Cierro los ojos y puedo escuchar el estruendo de los goles de antaño, busco en las gradas imaginarias rostros desencajados por la emoción, la furia, la esperanza, rostros de niños y grandes. Reconozco lugares míticos, donde Zidane controló el balón, Butragueño burló al defensa o Juanito y Valdano se fundieron en un abrazo con Santillana.

Un día tuve la oportunidad de pasear por el terreno de juego. Alcancé la portería del fondo sur y allí, bajo el travesaño, imaginé el cruce de miradas, a cien metros de distancia, entre los dos arqueros legendarios que las ocuparon en la tarde del 21 de Junio de 1964. Lev Yashin y José Ángel Iríbar. El año que viene se cumplen 50 años, pero el carril que fabricó aquella mirada aún se usa cada domingo.


Releo los dos párrafos anteriores. Desde cierta perspectiva, parecerían escritos por un fanático del fútbol. Quizá alguien cuya vida se conduce en clave de balón. ¿Es así cómo nos ven los no aficionados? Es posible que no entiendan que en el cerebro humano caben muchas emociones y que hay tiempo para cultivarlas todas. Quizá por ello, en días de partido importante, leo en las redes sociales comentarios como: "con la que está cayendo y la gente atontada con el fútbol". Y entonces soy yo el que no entiendo su forma de pensar.