Seguramente pocas generaciones de jóvenes a lo largo de la Historia han sido tan adoctrinadas y manipuladas por un gobierno como aquellas que vivieron en Alemania durante la época del Tercer Reich (1933-1945). A lo largo de estos años, los jóvenes, tanto chicos como chicas, fueron educados única y exclusivamente para convertirse en los futuros miembros del Reich milenario, la élite racial aria que sometería a los pueblos inferiores. De ello se encargarían principalmente Baldur Von Schirach, desde 1931 hasta 1940, y Artur Axmann, desde 1940 hasta el final de la guerra. Por cierto que ambos, a pesar de su grave responsabilidad, lograron eludir la pena de muerte, el primero en los Juicios de Núremberg, siendo condenado a veinte años de prisión, y Axmann escondiéndose después de la guerra, aunque posteriormente sería apresado y juzgado varias veces.
La historia del movimiento de juventudes en Alemania comienza propiamente con el siglo XX, cuando surge el grupo de los Wandervögel o “Aves Errantes”, de religión protestante y carácter romántico, chicos y chicas que gustaban de errar por los caminos propugnando una vida sana y sencilla y que menospreciaban a la sociedad, la política y el Estado. Se unieron al ejército de forma entusiasta al comienzo de la Primera Guerra Mundial llevados por su romanticismo nacionalista y muchos de ellos fueron masacrados por los británicos en la batalla de Langemarck. Menos de la mitad regresaron con vida a sus casas tras el final de la guerra. A este movimiento le sucedió el de las llamadas Bünde o Ligas, de carácter más ascético y elitista y políticamente situadas a la derecha. Es entonces, a comienzos de los años veinte, cuando aparecen las juventudes del NSDAP, las cuales tomarían forma y organización en 1926. Fueron creciendo a la par que la popularidad del Partido Nazi, de forma que ya contaban con unos veinticinco mil miembros en 1930 y más de cien mil poco antes de la llegada de Hitler al poder. En contraste con las Bünde, con las que coexistieron al principio, las Juventudes Hitlerianas absorbieron a chicos de las clases bajas atraídos por la promesa de un futuro mejor. La afiliación se fue haciendo masiva después de 1933 y llegó a ser obligatoria para los mayores de 17 años desde 1939 y para los de 10 a partir de 1941, ya en plena guerra, contando para entonces con unos ocho millones de miembros, incluyendo a la rama femenina de las Hitlerjugend (HJ), la Bund Deutscher Mädel o Liga de Muchachas Alemanas (BDM), creada en 1930. Si bien a los jóvenes de ambos sexos se les inculcaba por igual la devoción al Führer y se les formaba en los rígidos principios del ideario nazi, la formación de los chicos estaba encaminada, sobre todo tras el estallido de la guerra, a su integración en las fuerzas armadas, ya fueran la Wehrmacht o las SS, para lo cual se les entrenaba con maniobras militares y continuos ejercicios físicos, dejando la educación intelectual en segundo plano. A las chicas, por el contrario, se las educaba para ser buenas compañeras de los hombres y futuras madres. Para ello las Juventudes Hitlerianas instituyeron escuelas propias dentro de su estructura, pero que resultaron estar muy alejadas de los estándares educativos normales. Además, el liderazgo se dejaba en manos de los miembros mayores tanto de las HJ como de las BDM, lo que, subraya el autor, devino en continuos problemas disciplinarios desde épocas bien tempranas. Enfrentamientos callejeros, intimidación, robos y violencia estaban a la orden del día, y la conducta sexual de chicos y chicas era notablemente promiscua, abundando en multitud de embarazos adolescentes; la homosexualidad y los abusos sexuales, incluso por parte de personajes prominentes del partido, también eran algo habitual. Otro de los problemas era la dejadez de muchos miembros, jóvenes con criterio propio que encontraban excesivamente pesadas sus obligaciones para con las HJ, que a menudo debían compaginar con su asistencia a la escuela, por lo que dejaban de acudir a las reuniones, marchas y acampadas. También era el caso de aquellos con inquietudes religiosas que seguían asistiendo a la iglesia, sobre todo a comienzos del régimen. En general, puede decirse que tanto el comportamiento como la supuesta moral espartana que debían regir la conducta de los jóvenes hitlerianos, dejaban en muchos de ellos bastante que desear.
Otro de los controvertidos aspectos de la cosmovisión nazi que trata el autor y que afectaba a los jóvenes, sobre todo a las chicas, era el referido a la eugenesia y la raza. A instancias de Himmler, la BDM y las SS colaboraron para implementar la creación de un programa de pureza racial en el que una élite de mujeres se uniría a miembros escogidos de las SS, incluyendo la creación de guarderías especiales (lebensborn) para sus descendientes. Por supuesto, esto llevaba incluido un completo adoctrinamiento acerca de la inferioridad de las razas judía, eslava y gitana a la vez que fomentaba al odio hacia las mismas. Ello no evitaría, sobre todo bien entrada la guerra, el contacto entre las mujeres alemanas y los prisioneros, sobre todo rusos, polacos y franceses, motivado por la presencia masiva de los hombres en el frente. A la inversa, también se dieron relaciones entre los soldados y oficiales nazis y las mujeres de los países ocupados, incluso de las razas “inferiores”, a menudo con consecuencias para ellas tras la derrota alemana.
En el libro se dedica un apartado a hablar de aquellos grupos que, de una forma u otra, consiguieron mantenerse alejados de la influencia de las HJ o incluso se enfrentaron a ellas, ya fuera por la asimilación de la cultura anglosajona en el caso de los jóvenes “swing”, seguidores del jazz estadounidense y de la moda americana e inglesa y que acudían a clubes nocturnos más o menos clandestinos, o por medio de la acción política más directa como en el caso del grupo “La Rosa Blanca”, liderado por los hermanos Scholl, los Edelweisspiraten, formados por jóvenes de clase trabajadora y que a menudo colaboraban con la Resistencia o llevaban a cabo acciones de sabotaje o los Leipzig Meuten, de ideología socialista o comunista. Muchos miembros de estas agrupaciones terminaron en campos de concentración o fueron ejecutados, como en los casos de Hans y Sophie Scholl, lo cual les ha valido el reconocimiento posterior.
En cuanto a la participación de las Juventudes Hitlerianas en la guerra, el autor destaca por un lado la creación de la 12.ª SS División Panzer Hitlerjugend reclutando a jóvenes nacidos hacia 1926, la cual entró en combate tras el desembarco en Normandía. Operó con un notable desempeño al principio, aunque para septiembre había sido seriamente diezmada. Actuó también de forma destacada en la ofensiva de las Ardenas así como en el frente del este, rindiéndose finalmente en mayo de 1945 a los estadounidenses. Por otra parte está el hecho de la incorporación al ejército de chicos y chicas cada vez más jóvenes en las últimas fases de la guerra, sobre todo como artilleros en las baterías de defensa antiaérea y, en última instancia, incorporados a la Volkssturm, la milicia ciudadana reclutada como último recurso ante el avance de los Aliados. Muchos de ellos participaron en la defensa de Berlín, especializándose en el uso de granadas antitanque. Son muy conocidas las imágenes de un ya decrépito Hitler imponiendo la Cruz de Hierro y felicitando a un grupo de jóvenes hitlerianos en la Cancillería del Reich, el día 19 de marzo de 1945. Mención especial merece para el autor el destino de muchas jóvenes de la BDM quienes, actuando como enfermeras, auxiliares en el frente o incluso portando armas, tuvieron que padecer las represalias de los soldados del Ejército Rojo durante la invasión de Prusia Oriental y la toma de Berlín en forma de violaciones, vejaciones y asesinatos o la deportación, al igual que los hombres, a los campos del sistema Gulag, de donde sólo algunos lograron retornar décadas más tarde.
El libro concluye con una reflexión acerca de la responsabilidad de la juventud. De entrada, Kater argumenta que la gran mayoría de jóvenes que habían militado en las Juventudes Hitlerianas se veían más como víctimas que como parte responsable de un régimen que los había utilizado y luego desechado, privándoles de su juventud y generando un profundo sentimiento de frustración y desconfianza hacia el porvenir. Si bien la cuestión de la complicidad de estos jóvenes en los crímenes del Tercer Reich está fuera de duda, no ocurre lo mismo con la culpabilidad moral, ya que el grado de la misma dependía de la edad, posición jerárquica y de la suma de las actividades criminales en las que hubieran podido participar, como los crímenes de guerra o crímenes contra la humanidad. Sin duda, bastantes de ellos no podrían haber tomado parte en estos actos, bien por edad, bien por no haber estado físicamente en el lugar de los hechos, aunque es evidente que al final de la guerra la avasalladora maquinaria ideologizante del régimen aún seguía imbuyéndoles de un sentimiento de superioridad racial. La resocialización y educación de estos jóvenes en los valores democráticos occidentales comenzaría ya en los campos de prisioneros dirigidos, sobre todo, por estadounidenses y británicos. Los Juicios de Núremberg y la amnistía decretada en 1946 para todos los jóvenes condenados por infracciones políticas también contribuirían a ello, así como la creación de las “Amerika-Hauser”, institutos para jóvenes a cargo del Departamento de Estado y la implantación de las emisoras de radio estadounidenses, como la American Forces Network (AFN), que emitía tanto contenidos musicales como políticos. No obstante, en los primeros años de la posguerra, habría una fuerte resistencia por parte de un sector de la juventud que aún admiraba al Führer y creía en los valores del nacionalsocialismo, mostrando todavía ciertos prejuicios racistas, sobre todo orientados a los soviéticos. El sociólogo alemán Helmut Schelsky propondría el término “Generación Escéptica” para los jóvenes hasta ya entrada la década de los 60, motivado según él por el escepticismo y desprecio que mostraban por la política y desconfianza hacia las ideologías, así como por su superficialidad, indolencia y materialismo, sobre todo en aquellos miembros más veteranos de las Juventudes Hitlerianas que, por tanto, más tiempo habrían estado expuestos a la influencia adoctrinadora del régimen nazi. Sin embargo serían estos jóvenes los que con el tiempo, aunque atormentados por la culpa, terminaron contribuyendo a la reconstrucción de la democracia en la Alemania Occidental.
En suma, a pesar de ser un ensayo denso, resulta un más que recomendable libro por su profundo análisis del adoctrinamiento nazi y el estudio de los movimientos juveniles de la etapa previa al Tercer Reich y durante el mismo, escrito de una manera clara y accesible aunque, eso sí, es recomendable abordarlo con ciertos conocimientos previos sobre la época y sus protagonistas. Hislibris