A Pablo Iglesias se le ocurrió ayer repasar en el Parlamento la galería de los horrores de la corrupción vinculada al PP y preguntar a Rajoy lo que, en algunas ocasiones, yo también me he preguntado: ¿a partir de cuántos casos aislados dejan de ser casos aislados?
Rajoy se lo quitó de encima recordando a Robespierre a la Convención y a la guillotina, como acusándole de una especie de linchamiento que si no pasa a mayores, aunque a Iglesias le gustaría, es porque son otros tiempos. Pero todos deberíamos insistir porque aunque parezca que ya es asunto pasado y empieza a aburrir es imprescindible que no bajemos la guardia para insistir al Partido Popular que no es aceptable cómo ha resuelto, cómo está pretendiendo resolver el problema de la corrupción.
Muchos, entre los que me incluyo, consideran un indecente escamoteo el juego de espejos, fintas y regates en corto con el que nuestro primer partido se ha sacudido de encima asuntos como los sobresueldos, la Caja B, la Gürtel, etcétera, que exigían y siguen exigiendo una asunción de responsabilidades políticas claras.
Yo no soy Robespierre, que en paz descanse, ni quiero guillotinar a nadie, pero creo que el principal partido de este país nos debe una verdad y aunque muchos se aburran y piensen que es un asunto pasado, sigue debiéndonos una verdad. Una verdad tan rotunda y solemne, como rotunda y solemne fue la mentira de que el febrero de 2009, cuando compareció la cúpula del partido para decir que la Gürtel era un invento contra el Partido Popular.