- Ya no lo quiero. Creo que no lo quiero ni un pedacito. – dijo en voz baja.
Ella miraba por la ventana. Le hablaba a su reflejo en el vidrio, tratando de convencerse de lo que decía.
Manuel la miraba desde su pequeña cama. No recordaba bien cómo había llegado ahí, la resaca le taladraba las sienes y miraba con los ojos entrecerrados a esa mujer a la que pensaba que amaba.
Ella dejó de mirarse, volteó y le dijo.
- Ayer era distinto. Ayer hubiera pensado otra cosa. Habría pensado, no sé. Que de repente sí podríamos haber estado bien, felices, como se dice... Feliz… como si yo supiera hacer eso..
Manuel la miró y le hizo una pregunta.
- ¿Qué haces ahí?
- Estoy pensando si quiero que te vayas o si quiero que te quedes. – le respondió.
- ¿A quien preferirías aquí? ¿A él?
No lo sabía. Estaba parada sabiendo que no sabía nada. Ni siquiera si era bella o fea. Si era buena o perversa. Si amaba u odiaba. A quién. No lo sabía. Y cómo saberlo.
- No lo sé. De repente mañana sí.
- Mañana… ¡Mañana! Hoy fue mañana y mañana va ser ayer y luego todos los días van a ser mañana. Puta madre.
Manuel se levantó y se vistió de golpe. Ella no sabia si detenerlo o no. Qué podría haber hecho para detenerlo. Qué podría haberle dicho si lo único que podía decir era.
- No sé.
Si quieres vete, pensó. Pero luego quedarse sola. De repente sola.
Manuel terminaba de abotonarse la camisa rápidamente. Levantó su bolso, su cámara de fotos, la miró por última vez.
Ella no volteó, sólo oyó la puerta cerrarse y sus botas bajar las escaleras de madera.
Se detuvieron.
Ella volteó y esperó que volviera. De repente él podía decirle qué hacer.
Sábado por la mañana.
Esta mañana no suena el despertador. Es un rayo de sol que se cuela por el pedazo de ventana que una tela gruesa que hace de cortina no logra tapar, el que se mete en sus sueños y lo saca de ahí, de sus sueños. De un pasadizo sombrío, sin ventanas, donde cae a chorros una lluvia inexplicable y donde él la está buscando. Hace un rato que ella se le escapó, sintió que sus manos se separaban, que la perdía y no la encontraba. Vamos, le decía Martín, y ella no lo oía, y él gritaba para que lo escuche. Y no la vio desaparecer.
Abre los ojos y bajo la luz del sol de la mañana está Adriana. De cara a él, despeinada, desnuda. Él la saluda con una caricia en el hombro. Ella abre los ojos levemente, lo ve, se da vuelta y continúa durmiendo.
Él la observa, espera, es la primera vez que la ve despertar, pero ahora que lo nota, ella sigue durmiendo. Él respira, se toma el pelo canoso y se lo peina al azar, lo siente un poco más ralo, se pasa la mano por la cara y la barba puntiaguda le raspa ligeramente los dedos. Con sus manos venosas arrima las sábanas y se levanta de la cama. Acomoda la tela de la ventana y se apaga el sol en el cuarto.
En la penumbra se viste. Se pone la camisa blanca, manchada de vino, el pantalón oscuro que se quitó desesperadamente hace unas horas, cuando Adriana se echó a la cama y lo miró salvajemente. Un par de medias viejas, unos zapatos negros. Busca un espejo para ponerse la corbata, pero al verse le parece una broma usarla. La deja colgada del gancho de fierro que sostiene sombreros y pañuelos al lado del tocador.
En su casa, al otro lado de la ciudad, Helena acaba de quedarse dormida. Ha pasado la madrugada despierta, esperando que llegue Martín, quien le dijo anoche que iría a una fiesta del trabajo, que iría solo, que llegaría tarde. Ahora ella sueña con él, y en su sueño él llega, mojado, cansado. Ella lo oye desde su cuarto en el segundo piso de la casa, sabe que él está abajo. Ella espera, él no sube, ella lo llama, él no la oye. Afuera de su cuarto entra un ruido que no logra despertarla.
Tu piel –pensaba Martín, mientras miraba a Adriana dormir- es como si se hubiera convertido en algo que te cubre. Nada más te envuelve.
Y Martín acaricia a Adriana como si quisiera encenderla otra vez. Pero ella no despierta y él se queda sentado a su lado esperando que abra los ojos, no quiere perderse su primera mirada, necesita verla mirarlo. No quiere ver en sus ojos sus canas, ni sus manos venosas. Quiere ver en ella al hombre que fue anoche. Cuando no le importó nada y le dijo que era bella, que la deseaba desde que la vio, que suba a su auto, que la llevaría lejos, a donde ella quisiera, que le daría todo, esa noche.
Adriana respira apaciblemente, el maquillaje corrido le mancha los ojos, las pestañas gruesas no se mueven.
¿Tú no sueñas?- le pregunta él.
En voz baja y al oído, intenta proponerle la idea de soñar con él, casi con telepatía. Pero no obtiene respuesta, o tal vez sí, ella permanece igual, casi indiferente.
Es como si hubieras olvidado que estoy aquí. – piensa Martín. ¿Y si lo has olvidado? – continúa – ¿Si estás soñando con alguien más? Anoche pudo ser cualquiera, Enrique, Pedro, Carlos, y cuántos otros de todos los que miran dentro de tu blusa, los que hablan de tus faldas todos los días. Pudo ser cualquiera, pero fui yo. Yo dije que te quería, yo dije que te daría lo que me pidieras. Que haría todo por ti... pero no te acuerdas.
Martín se levanta de la cama, en silencio.
- Sí, te has olvidado. Es lo mejor Adriana, has tomado una buena decisión. Eres más inteligente que yo. Te prometo un aumento, te prometo. Y te voy a ayudar a conseguir a alguien, a alguno soltero, que te dé lo que te prometí. Yo ya estoy viejo, ¡mira mis manos!
Sus manos, la derecha está desnuda. Busca su aro en los bolsillos del pantalón, del saco, de la camisa, en el suelo, entre el vestido de Adriana, en sus zapatos, sobre ella, en su mano.
- ¿Qué hace ahí?
Martín se congela en el cuarto. Adriana abre los ojos.
Martín- le dice ella.- sigues acá. Pensé que te irías. Te di tiempo para irte y te quedaste.
Mucho tiempo, demasiado. Porque Martín ya no estaba esperando que se despertara, ya había dejado de hacerle guardia a su sueño porque ya no deseaba que lo mire, ahora desea con todas sus fuerzas que ella duerma profundamente, para que él pueda escapar, hacer de cuenta que nada sucedió, olvidarlo todo, aumentarle el sueldo, despedirla, olvidarla, volver a casa porque la hora, y el desayuno y cuando Helena se despierte.
No pensé – le dice – No quise. No te mentí, pero no quise.
Pero sí quiso, y Adriana también. Y Martín no lo sabe, porque ella todavía no le dice, pero ella lo había escogido a él, hacía mucho. Y su edad, pensaba ella, la ponía en desventaja con él. No sabía cómo hacerle notar su interés, sólo atinaba a ver si despertando sus celos lograría lo que ha logrado, que esté ahí, en su cama, mirándola.
- Pero tú tranquila Adriana, tranquila. Todo va estar bien. Disculpa si te ofendí, si te ofendo ahora, pero hagamos como si nada hubiera pasado. ¿Quieres un mejor sueldo? Dime y te lo doy. Pero me tengo que ir y esto nunca pasó.
Ella no dice nada, lo observa, no sabe qué decir, sólo atina a quitarse de encima la sábana que la cubre.
No te vayas – le pide, desnuda. No quiero quedarme sola.
Martín la mira, parado frente a ella, cuánto la deseó, tanto tiempo, y ahora Adriana se levanta, se acerca a él, y él imaginó esto por días enteros en los que no pensaba en otra cosa, pero esto es mejor porque ella le está quitando la camisa, y lo está besando. Y está sobrio, y ella no ha visto sus canas, no ha visto sus manos venosas, lo ve como el hombre que él quiere ser.
Afuera empieza a llover. Y el ruido de la lluvia le recuerda su sueño, una cara mojada, un pasadizo.
- ¿Tú? – le pregunta a Adriana, y le aparta el pelo de la cara para ver sus ojos.
Pero no recuerda la cara de la mujer que se le escapaba de las manos y no quiere que sea ella. Recuerda la desesperación por perderla y no quiere sentirla de nuevo, ahora están juntos, es lo mejor que le ha pasado en la vida y eso es todo lo que piensa.
Afuera de la casa de Martín y Helena su oye a un perro que ladra y una alarma de auto que suena. Y Helena sigue durmiendo, y en sus sueños grita:
-¡Martín!
Y espera una respuesta, pero es como si Martín estuviera ciego, sordo. Desde arriba lo oye caerse sobre la mesa, oye el ruido de los platos romperse, el vidrio de los vasos hacerse pedazos, lo oye golpearse y ella lo llama, trata de guiarlo, desde arriba, y desde cada vez más arriba pues es como si el suelo se hubiera disparado.
-¡Estoy aquí!
Pero él está ciego de ella y no adivina escaleras, no ve el camino. Y ella no baja, sólo espera que él encuentre la manera de llegar.
Y sigue durmiendo porque está cansada.
Abre los ojos y bajo la luz del sol de la mañana está Adriana. De cara a él, despeinada, desnuda. Él la saluda con una caricia en el hombro. Ella abre los ojos levemente, lo ve, se da vuelta y continúa durmiendo.
Él la observa, espera, es la primera vez que la ve despertar, pero ahora que lo nota, ella sigue durmiendo. Él respira, se toma el pelo canoso y se lo peina al azar, lo siente un poco más ralo, se pasa la mano por la cara y la barba puntiaguda le raspa ligeramente los dedos. Con sus manos venosas arrima las sábanas y se levanta de la cama. Acomoda la tela de la ventana y se apaga el sol en el cuarto.
En la penumbra se viste. Se pone la camisa blanca, manchada de vino, el pantalón oscuro que se quitó desesperadamente hace unas horas, cuando Adriana se echó a la cama y lo miró salvajemente. Un par de medias viejas, unos zapatos negros. Busca un espejo para ponerse la corbata, pero al verse le parece una broma usarla. La deja colgada del gancho de fierro que sostiene sombreros y pañuelos al lado del tocador.
En su casa, al otro lado de la ciudad, Helena acaba de quedarse dormida. Ha pasado la madrugada despierta, esperando que llegue Martín, quien le dijo anoche que iría a una fiesta del trabajo, que iría solo, que llegaría tarde. Ahora ella sueña con él, y en su sueño él llega, mojado, cansado. Ella lo oye desde su cuarto en el segundo piso de la casa, sabe que él está abajo. Ella espera, él no sube, ella lo llama, él no la oye. Afuera de su cuarto entra un ruido que no logra despertarla.
Tu piel –pensaba Martín, mientras miraba a Adriana dormir- es como si se hubiera convertido en algo que te cubre. Nada más te envuelve.
Y Martín acaricia a Adriana como si quisiera encenderla otra vez. Pero ella no despierta y él se queda sentado a su lado esperando que abra los ojos, no quiere perderse su primera mirada, necesita verla mirarlo. No quiere ver en sus ojos sus canas, ni sus manos venosas. Quiere ver en ella al hombre que fue anoche. Cuando no le importó nada y le dijo que era bella, que la deseaba desde que la vio, que suba a su auto, que la llevaría lejos, a donde ella quisiera, que le daría todo, esa noche.
Adriana respira apaciblemente, el maquillaje corrido le mancha los ojos, las pestañas gruesas no se mueven.
¿Tú no sueñas?- le pregunta él.
En voz baja y al oído, intenta proponerle la idea de soñar con él, casi con telepatía. Pero no obtiene respuesta, o tal vez sí, ella permanece igual, casi indiferente.
Es como si hubieras olvidado que estoy aquí. – piensa Martín. ¿Y si lo has olvidado? – continúa – ¿Si estás soñando con alguien más? Anoche pudo ser cualquiera, Enrique, Pedro, Carlos, y cuántos otros de todos los que miran dentro de tu blusa, los que hablan de tus faldas todos los días. Pudo ser cualquiera, pero fui yo. Yo dije que te quería, yo dije que te daría lo que me pidieras. Que haría todo por ti... pero no te acuerdas.
Martín se levanta de la cama, en silencio.
- Sí, te has olvidado. Es lo mejor Adriana, has tomado una buena decisión. Eres más inteligente que yo. Te prometo un aumento, te prometo. Y te voy a ayudar a conseguir a alguien, a alguno soltero, que te dé lo que te prometí. Yo ya estoy viejo, ¡mira mis manos!
Sus manos, la derecha está desnuda. Busca su aro en los bolsillos del pantalón, del saco, de la camisa, en el suelo, entre el vestido de Adriana, en sus zapatos, sobre ella, en su mano.
- ¿Qué hace ahí?
Martín se congela en el cuarto. Adriana abre los ojos.
Martín- le dice ella.- sigues acá. Pensé que te irías. Te di tiempo para irte y te quedaste.
Mucho tiempo, demasiado. Porque Martín ya no estaba esperando que se despertara, ya había dejado de hacerle guardia a su sueño porque ya no deseaba que lo mire, ahora desea con todas sus fuerzas que ella duerma profundamente, para que él pueda escapar, hacer de cuenta que nada sucedió, olvidarlo todo, aumentarle el sueldo, despedirla, olvidarla, volver a casa porque la hora, y el desayuno y cuando Helena se despierte.
No pensé – le dice – No quise. No te mentí, pero no quise.
Pero sí quiso, y Adriana también. Y Martín no lo sabe, porque ella todavía no le dice, pero ella lo había escogido a él, hacía mucho. Y su edad, pensaba ella, la ponía en desventaja con él. No sabía cómo hacerle notar su interés, sólo atinaba a ver si despertando sus celos lograría lo que ha logrado, que esté ahí, en su cama, mirándola.
- Pero tú tranquila Adriana, tranquila. Todo va estar bien. Disculpa si te ofendí, si te ofendo ahora, pero hagamos como si nada hubiera pasado. ¿Quieres un mejor sueldo? Dime y te lo doy. Pero me tengo que ir y esto nunca pasó.
Ella no dice nada, lo observa, no sabe qué decir, sólo atina a quitarse de encima la sábana que la cubre.
No te vayas – le pide, desnuda. No quiero quedarme sola.
Martín la mira, parado frente a ella, cuánto la deseó, tanto tiempo, y ahora Adriana se levanta, se acerca a él, y él imaginó esto por días enteros en los que no pensaba en otra cosa, pero esto es mejor porque ella le está quitando la camisa, y lo está besando. Y está sobrio, y ella no ha visto sus canas, no ha visto sus manos venosas, lo ve como el hombre que él quiere ser.
Afuera empieza a llover. Y el ruido de la lluvia le recuerda su sueño, una cara mojada, un pasadizo.
- ¿Tú? – le pregunta a Adriana, y le aparta el pelo de la cara para ver sus ojos.
Pero no recuerda la cara de la mujer que se le escapaba de las manos y no quiere que sea ella. Recuerda la desesperación por perderla y no quiere sentirla de nuevo, ahora están juntos, es lo mejor que le ha pasado en la vida y eso es todo lo que piensa.
Afuera de la casa de Martín y Helena su oye a un perro que ladra y una alarma de auto que suena. Y Helena sigue durmiendo, y en sus sueños grita:
-¡Martín!
Y espera una respuesta, pero es como si Martín estuviera ciego, sordo. Desde arriba lo oye caerse sobre la mesa, oye el ruido de los platos romperse, el vidrio de los vasos hacerse pedazos, lo oye golpearse y ella lo llama, trata de guiarlo, desde arriba, y desde cada vez más arriba pues es como si el suelo se hubiera disparado.
-¡Estoy aquí!
Pero él está ciego de ella y no adivina escaleras, no ve el camino. Y ella no baja, sólo espera que él encuentre la manera de llegar.
Y sigue durmiendo porque está cansada.
increíble
increíble es tener que construirte otra vez
un botón y desapareciste del mundo
de mi mundo
con otro te revivo
y vamos letra por letra
hasta que ...
vamos a ver hasta cuándo
PARA QUE SE DEN LA VUELTA
Los invito cordialmente a que visiten la edición N° 8 de la revista Culturacr.com dirigida por Geovanny Jiménez. Entre otras cosas, contiene diez poemas de mi autoría.
Esta es la dirección:
http://culturacr.com
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Los niños de mi clase
creo que la vida es algo cíclico y la personalidad de la gente ... también. Así que nuestra personalidad se revela todos los días, y las personas, cuando nos deshinibimos, cuando bajamos la guardia, mostramos nuestro verdadero yo. Pasa con los niños, con los ancianos, con los locos, ... ya sabéis.
Y, si te fijas bien, incluso cuando la gente está con las caretas puestas se puede entrever un poco del niño que fueron, del loco que a veces son o del anciano que será.
Je, je, hoy me he sorprendido cuando, en medio de una reunión, me ha dado por comparar lo que allí estaba sucediendo con lo que pasaba en mi clase de primaria. A ver ... teníamos al maestro, al chivato, a los guays, a la guapita, a la chunga, al friki ... por un momento incluso me pareció ver como todos se hacían más pequeños.
Me ha parecido una de las reuniones más productivas del año. ¡Les he calado a todos!
creo que la vida es algo cíclico y la personalidad de la gente ... también. Así que nuestra personalidad se revela todos los días, y las personas, cuando nos deshinibimos, cuando bajamos la guardia, mostramos nuestro verdadero yo. Pasa con los niños, con los ancianos, con los locos, ... ya sabéis.
Y, si te fijas bien, incluso cuando la gente está con las caretas puestas se puede entrever un poco del niño que fueron, del loco que a veces son o del anciano que será.
Je, je, hoy me he sorprendido cuando, en medio de una reunión, me ha dado por comparar lo que allí estaba sucediendo con lo que pasaba en mi clase de primaria. A ver ... teníamos al maestro, al chivato, a los guays, a la guapita, a la chunga, al friki ... por un momento incluso me pareció ver como todos se hacían más pequeños.
Me ha parecido una de las reuniones más productivas del año. ¡Les he calado a todos!
Stanley Miller
en 1963 un científico californiano de 33 años experimentó que una combinación de varios componentes inorgánicos bajo la influencia de la radiación solar y fuertes descargas eléctricas, daban lugar a moléculas orgánicas.
Lo difícil estaba hecho y estas moléculas, flotando en la que ha sido llamada "sopa prebiótica", pudieron combinarse para dar origen a los componentes fundamentales de la vida:
Aunque no está totalmente demostrado que todos los ingredientes de Miller realmente existieran en aquellos tiempos (ej. metano o amoníaco), es presumible que la sopa primaria fuera el origen de lo que somos hoy, y de lo que seremos mañana (que esto no ha acabado aún).
Miller falleció ayer y ahora podrá preguntarle a su Dios si acertó con los ingredientes de la sopa y sobre todo, cuál fue el "toque mágico" que convirtió unos cuantos componentes químicos en un ser pensante que hoy se pregunta por sus orígenes. Al fin y al cabo, la pregunta sin respuesta para cristianos o agnósticos es ¿quién o qué guisó la sopa?
Si ya nos lo decía mamá. Hijo, como no te comas las sopa te vas a quedar canijo.
en 1963 un científico californiano de 33 años experimentó que una combinación de varios componentes inorgánicos bajo la influencia de la radiación solar y fuertes descargas eléctricas, daban lugar a moléculas orgánicas.
Lo difícil estaba hecho y estas moléculas, flotando en la que ha sido llamada "sopa prebiótica", pudieron combinarse para dar origen a los componentes fundamentales de la vida:
- aminoácidos
- azúcares
- grasas
- nucleótidos
Aunque no está totalmente demostrado que todos los ingredientes de Miller realmente existieran en aquellos tiempos (ej. metano o amoníaco), es presumible que la sopa primaria fuera el origen de lo que somos hoy, y de lo que seremos mañana (que esto no ha acabado aún).
Miller falleció ayer y ahora podrá preguntarle a su Dios si acertó con los ingredientes de la sopa y sobre todo, cuál fue el "toque mágico" que convirtió unos cuantos componentes químicos en un ser pensante que hoy se pregunta por sus orígenes. Al fin y al cabo, la pregunta sin respuesta para cristianos o agnósticos es ¿quién o qué guisó la sopa?
Si ya nos lo decía mamá. Hijo, como no te comas las sopa te vas a quedar canijo.
Soy del Diego pero ... O Rei ...
la gente suele decir que Pelé no jugó en Europa, un fútbol más físico que el carioca, pero viendo como le atizan los defensas del Boca, le perdono no haber venido a jugar aquí.