ronquidos

Tu ronquido
que puede ser un zumbido
o un tractor atascado
en mi oído

Me doy vuelta
Te doy vuelta
Te toco los labios
Te digo despacio
Te pido, te ruego

Y entre abres los ojos y pareciera que me oíste y entendiste
Y me dices ya
Y te das vuelta
Y haces un breve silencio
Para darme tiempo a dormir antes de que todo empiece de nuevo.

Tictac
Tictac
Tictac
Tictac

Traté de ser amable manejando este sonido
Y por más que fue genuino
Es difícil
Cuando avanza la hora oscura
Y mis ojos no han dormido

Tus sonidos se incrementan, el volumen
El bramido, el aullido de lobo aturdido
Me perforan el oído
Me tienes casi en encendido
El modo bruja-asesino


Tictac
Tictac
Tictac
Tic
Tic

Me tomo un minuto para pensar
En una venganza eficaz
Patearte, arrimarte, pellizcarte,
Moverte, rodarte, despertarte
Y justo empieza, como si lo hubiera pedido
En mí un ataque de estornudo empedernido
Que no para, que estalla
Uno, dos tres, cuatro, cinco
Pero no.
No le ganan al ronquido.

Tic tac
tic tac
tic tactactac

No hay armas despiadadas
He perdido la batalla
Veremos cómo me va
en la que seguro habrá mañana.
Se inserta
una vez más
en todos los rincones de mi sangre
este no ser nadie
que
de cuando en cuando
tanto me aniquila
y se hace GIGANTE
extendiéndose
hasta convertirse
en el cuerpo que habito
dejándome a un lado
como triste extensión de la mancha
que llevo por sombra.
¡Enganchados!

Esta semana he comprado una impresora, de éstas que pueden imprimir fotografías y además escanear. Nunca había sentido la necesidad de tener impresora en casa y mucho menos escáner, pero …, me ha dado por ahí.

Aprovechando la reflexión sobre la adquisición del citado aparato, me ha dado por echar la cuenta del número de dispositivos más o menos electrónicos que poseo. Me salen 27. Si me lo hubieran dicho hace unos minutos me hubiera parecido una barbaridad, pero tras listarlos los números cantan. El mero hecho de contarlos hubiera sido un trabajo poco productivo así que vamos a ver si saco alguna conclusión:

  • Sí, son muchos, sobre todo teniendo en cuenta que en esta casa sólo vivimos dos personas, que no tenemos lavaplatos, y que usamos una cafetera de las de toda la vida y un exprimidor manual.

  • Trece de ellos están continuamente conectados a la red. Y yo que me creía ecoalgo.

  • Quince de los ventisiete son usados diariamente. Anda que, si va a ser que soy cacharroadicto.

  • Esta tribu de aprendices de robot pueblan principalmente la cocina y el salón-comedor, mientras que no hay ninguno en mi dormitorio. Bien, bien un reducto a salvo de esos bichos.

  • Por culpa del recuento, un par de ellos se han ganado el matarile. ¡Si es que no he usado el vídeo ni el DVD en todo el año!. Al trastero con ellos.

Y es que, es verdad que las casas siempre estuvieron llenas de trastos (qué obsesión con no tirar nada, oye), pero lo curioso es que ahora son cacharros electrónicos, muchos de ellos obsoletos, pasados de moda, o simplemente producto de algún afán comprador que nos sorprendió con la guardia baja. Y claro, luego nos quejamos de que la casa parece pequeña, y de que la factura de la luz es alta, no te fastidia, ¡con tanto habitante de silicio dentro!. Pero, qué se le va a hacer. Estamos enganchados, o mejor dicho, conectados, ¡ya no podemos vivir sin ellos!.

aspiradora

La aspiradora de esta casa está cansada. Chilla. Porque así es el ruido que hace. Chilla y es horrible. Como un animal atrapado, esclavizado, pidiendo basta, ya no más. Si 10 años no son suficientes ¿cuántos serán? ¿Cuánto puede aspirar una sola aspiradora? Y es fea, roja pero fea. De algún modelo barato, parida por máquinas básicas.

Al artefacto avanza jalado por la manguera que succiona polvo, bichos, pedacitos de pan, cenizas, telarañas y polillas. Tiene unas ruedas traseras y vista de lejos es como si se arrastrara a un oso perezoso de una trompa frankesteinmente adquirida, por imposición crecida. Lenta y casi trágicamente.

Estuvo hace poco en mi cuarto alfombrado cumpliendo la tarea que la esclaviza y sí, está todo limpio, pero hay como un halo de tristeza, átomos de apatía, pequeñas partículas de resignación.
un universo detrás de mi almohada.
extraña memoria

y extraña la selección de recuerdos que guarda. Parece producto del azar cómo conseguimos recordar un rostro que no hemos visto desde hace una barbaridad de años y, sin embargo, a veces no conseguimos evocar el de quien nos presentaron ayer mismo. Sucede algo similar con el argumento de una película o relato. Somos capaces de recordar frases enteras aparentemente sin importancia, pero olvidamos párrafos que tuvimos que repasar un montón de veces.

Hace un rato, comentaba en el blog de Princess Valium acerca de la recreación televisiva de "La Plaza del Diamante", de Mercè Rodoreda. Creo que la produjo TVE hace unos veinte o veinticinco años. Era una historia triste, íntima, pero cotidiana, de una muchacha del barcelonés barrio de Gracia. La protagonista era Paloma, encarnada por Silvia Munt. Paloma era la dueña de una vida con más penas que alegrías. Sus ojos, casi siempre melancólicos, nos enseñaron cómo vivieron los jóvenes barceloneses la breve República, el intenso horror durante la guerra, y la resignada vida adulta de la postguerra. También nos enseñaron el cielo de Barcelona, desde la azotea donde Columeta tenía su palomar. Y por supuesto, la vida al ras del suelo en un barrio obrero de una gran ciudad, no más que una pequeña aldea entre edificios.

Viene a colación la pobre Paloma porque, habiendo visto solamente una vez la serie y sin haber leído nunca el libro, me acuerdo perfectamente de aquella Plaza del Diamante, de Columeta y de algunos de los personajes que compartieron su vida, incluso tengo la imagen de los trajes que llevaba. Qué cosas. Siempre pienso que sería más listo si consiguiera liberar mi memoria de tantos archivos dispersos, pero desde luego, también sabría menos cosas, pues qué es el saber sino poder evocar las imágenes escondidas en alguno de esos armarios grises que palpitan ahí dentro.