esta mañana apenas había tráfico en la carretera, pero al llegar a la "cuesta de los dominicos", en la entrada a Madrid, se ha formado un poco de atasco. Todos parados, unos resignados, otros enfadados. Detrás tenía un Mini, que en los siguientes dos o tres minutos ha cambiado de carril al menos cuatro veces. Lo he tenido, delante, detrás y al lado casi sin interrupción. ¡Qué nervioso el tío!. Me he empezado a fijar en él mientra se movía de un lado a otro buscando el carril mágico, una especie de vía 9 y 3/4 como en las pelis de Harry Potter.
El caso es que el sujeto molestaba a alguien cada vez que se cambiaba de lado. Qué plasta, oye. A éste pavo no importaba nada el resto. No le importaba que los demás también quisieran llegar a sus trabajos a tiempo. No le importaban las normas de tráfico. No le ha importado tirar una colilla por la ventana. Seguro que ni sabe que está prohibido tirarla.
Cuando se ha deshecho el atasco, y a pesar de todos sus esfuerzos, el tío estaba otra vez detrás de mí. Le he esperado para verle el careto. Bingo. Cara de gilipollas. Pijete y relamido. No he podido evitar desearle otro atasco antes de que llegara a su destino. Je, je.
Mientras le observaba hacer el indio, he pensado en el mal que tanto aqueja a la sociedad actual: la falta de respeto. El hombre del Mini probablemente mantenga su actitud tras aparcar en su garaje. Faltará al respeto a su mujer, a sus hijos y a sus amigos, al equipo rival, a su jefe, a sus empleados ... a todo el que se encuentre. Y es que las actitudes ante la vida, como ésta, son tan reflejas que hay muy poca gente capaz de comportarse como un caballero en unos ambientes y como un cerdo en otros.
Normalmente, o eres lo primero, o eres lo segundo.