A contracorriente

como buena sardinilla, uno suele dejarse llevar por la corriente. Es cómodo y te sientes arropado por millones de semejantes. Estamos tan acostumbrados a la rutina, a hacer "lo de siempre" o lo políticamente correcto, que tiene algo de rebelión el simple hecho de cambiar de tercio antes de tiempo y por un día dejar de ser sardina y promocionar a salmón.

Sienta bien.