Gabino y la señora Muerte

Hoy vi a la muerte conversando con un tipo vestido de negro. No me sorprendió, pues ambos se encontraban apoyados sobre uno de esos carros de caballos que los ricos usan en los funerales. Me pareció, pues, una conversación amigable entre compañeros de trabajo, esperando a un cliente inminente.

Al cabo de un rato me sorprendieron observándoles, y claro, una vez descubierto y con aquellos dos siniestros personajes mirándome, no tuve otro remedio que acercarme y preguntar:

–oigan, ¿no estarán esperando por mí?

El duelo del funesto carruaje me sonrió y dijo, tranquilo:

–no tenga cuidado, caballero. Esta vez el cliente soy yo.

–Vaya hombre, lo lamento. ¿Y de qué ha muerto? no habrá sido muy doloroso cuando le veo departiendo amigablemente con La Muerte.

La Muerte, al sentirse interpelada, contestó al punto:

–Estrés. Sin duda. Llevo años observando a Gabino, al fin y al cabo curramos en el mismo gremio, usted ya me entiende, y ya me temía que uno de estos días iba a terminar llevándomele. Me da pena, oiga, pero estaba escrito. No se puede ir todo el día tan nervioso, de aquí para allá. Si total, los pasajeros que transportaba Gabino ya no tenían prisa por ir a ninguna parte.

–Bueno, de eso nada Señora –interrumpió Gabino –la que no tiene prisa es usted, pero el enterrador, menudo es. Y el floristero, y las familias, que hay cada una que tienen unas ganas de echarle el muerto a otro que no vea. Así que todo el mundo, que si Gabino trae, que si Gabino ve, y hale, al final, pum, Gabino al hoyo. Vaya, que el único momento de tranquilidad en estos días ha sido esta agradable conversación con este señor y con usted.

Hacían una estampa curiosa, la Muerte y Gabino, tan colegas ellos. Me despedí y les desee un buen día, a la Muerte y un buen viaje, a Gabino.

–pero hombre, no se vaya tan pronto, si aún me queda un rato antes de que me abandone del todo el cuerpo –dijo Gabino

–Quite, quite, a ver si no se va a querer ir usted solo y se me lleva la Muerte.

–Ja, ja, ja –nos reímos todos en una carcajada coral. Luego la Muerte me guiñó un ojo.

–¡Ya nos veremos … Rodolfo!

–¡Más tarde que pronto, Muerte! ¡Adiós Gabino!